martes, 30 de septiembre de 2014

Los Rockefeller sueltan algo de lastre petrolero

 La columna original en el diario
Una señal de los tiempos que cambian (lentamente)
Sábado 27 de Septiembre de 2014
por Gabriel Puricelli*

¿Mucho ruido y pocas nueces? Cuando un apellido tan asociado al petróleo como Rockefeller, el de la familia que dio no sólo origen a la Standard Oil, sino que también erigió algunos de los íconos más representativos de la potencia humana puesta en acto por el combustible fósil, cuando un nombre casi sinónimo del oro negro empieza a divorciarse de éste, es imposible no preguntarse qué se cifra en esa acción. Cuando miramos un poco más de cerca los hechos, más allá de los titulares, nos asalta otra tentación, la de pasar de largo frente a un inteligente cuanto ilusorio ejercicio de relaciones públicas. Sin que ello importe contradicción, podemos pensar el anuncio del Rockefeller Brothers Fund(RBF) al mismo tiempo como síntoma del fin de la época que los padres de esa dinastía inauguraron y como un gesto de corrección política para redorar la marca Rockefeller bajo la enseña de la “responsabilidad social empresaria”. Los herederos de John D. y William Rockefeller se sumaron simbólicamente a la marcha por la Quinta Avenida hacia la sede de la ONU para reclamar acciones para mitigar el cambio climático a la cumbre del 23 de septiembre. Simbólico es, también, el adjetivo que mejor describe la cuantía de la venta de activos que el fondo tenía invertidos en compañías dedicadas a la explotación o el procesamiento de combustibles fósiles: cuando haya terminado de venderlos, habrán cambiado de mano tan sólo unos 60 millones de dólares, lo que representa menos que una gota de agua en el océano de cinco billones (millones de millones) de dólares que suman las inversiones planetarias en el sector. Incluso la cifra es pequeña en comparación con los activos totales (3.600 millones de dólares tan sólo en la Fundación Rockefeller) que controla la familia.

Sin embargo, sería necio minimizar el significado de un gesto que pone blanco sobre negro el hecho de que los combustibles fósiles empiezan a generar asociaciones casi exclusivamente negativas en las mentes de una porción creciente de la humanidad. Los Rockefeller, desde hace décadas a caballo de esa zona gris del pensamiento que comparten los casi extintos republicanos moderados y los demócratas más afines a los medios de negocios, funcionan en este caso como el barómetro de una élite del capitalismo global cuya aversión a la catástrofe supera su nunca inapetente pulsión por las ganancias.

Pocos deberíamos prestar más atención a estos signos que los argentinos, cuyos gobiernos vieron en la Standard Oil, a mediados de los ́50, a ese socio providencial que podía ayudar a estirar un período de crecimiento económico, y ahora a Chevron como ese inversor sin alergia al riesgo que puede ayudar a desenterrar un tesoro saudita en el norte de Neuquén. Los Rockefeller están redecorando la casa y los blasones de esas dos compañías de su linaje parecen destinados al altillo, aunque la familia todavía espera que rindan millones de millones de dólares antes de cerrar sus pozos.


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