lunes, 7 de enero de 2013

Hay una PyME en mi monoblock

Quisiera ejercer el fino arte de la injuria esta noche. Pero no me va a salir fino, tanta es la furia. Y así, terminaría por no injuriar como corresponde, desgranando insultos descoloridos que ni darían cuenta de cuán necesitado estoy de injuriar, ni le harían justicia a la persona destinataria (y merecedora, sí) de la injuria.

Como no tengo en este instante la predisposición para injuriar comme il faut, voy a tratar de compartir unos pensamientos desordenados acercar de la puesta en marcha oficial de la enésima PyME en el ex-Concejo Deliberante de la ciudad de Buenos Aires. Con el año, nació un nuevo monobloque, del que ni vamos a dar (no lo recordamos y no vale la pena ni guglearlo) el nombre. Digamos sí, que es un retoño guacho de la lista común que presentaron en julio de 2011 Proyecto Sur y los partidos que hoy integran el FAP y que sus señas de presentación no tienen el pudor de disimular que rompen para ser acogidos en la galaxia justicialista.

No vamos a discutir tampoco los argumentos que han hecho públicos o que (más bien) han dado a conocer entre el puñado, no por escueto selecto, de personas a las que creen que le deben explicaciones. Baste con decir que entre esos argumentos proponen distinguir entre "procesos populares y procesos cipayos" (sic), para que los lectores nos disculpen lo presumidos de pensar que aceptar esa proposición, así fuera como meramente discutible, está muy por debajo de nuestro modesto nivel de inteligencia.

Pero sí podemos mirar estrábicamente el asunto y preguntarnos cómo pudo ser que nos sonara desafinada la traducción de "empresarios políticos" que nos proponían los textos que nos hacían leer en Sociales para referirse a los "political entrepreneurs" descriptos por la ciencia política estadounidense. Nuestro problema no era simplemente la traducción, sino la idea que (aún malamente) la traducción nos sugería. Estábamos llenos de discursos de Parque Norte, de ideas grandiosas acerca de la construcción de un sistema de partidos para nuestra democracia entonces enclenque, de un optimismo chambón (a veces hasta practicado cívicamente) acerca de la posibilidad de la virtus en política.

Nos decíamos, entonces, que el "empresario político" era un tipo ideal que no aplicaba en Argentina, que estaba ecológicamente restringido a los EE.UU., donde se había acuñado el término. Por un tiempo, los casos de transfuguismo político en Argentina se mantuvieron más bien limitados, aunque siempre afectaron más a los partidos del centro a la izquierda, es decir, a los partidos minoritarios, que, sufriendo estos episodios de descascaramiento eternizaban su condición minoritaria y seguían chapaleando en la incipiencia. Luego hubo episodios de transfuguismo que sí representaron rupturas significativas. Por nombrar dos, el Grupo de los Ocho, creado con una costilla del PJ, y el ARI, con una parte ósea similar, pero del tronco radical. Pero donde las esporas se difundieron en todos los ricones, hasta hacer cierto aquello de "dos, tres, mil transfugueadas", fue en el Concejo Deliberante de Buenos Aires, el mismo que se creyó erradicado por, cuando en realidad reencarnó en la Legislatura de la Ciudad Autónoma que no lo es tanto.

Sucesivos dueños de casa (presidentes del Concejo primero, Vicepresidentes de la Legislatura ahora) alimentaron con contratos la voracidad menesterosa de una plétora de monobloques, rehenes portadores enfermos de Síndrome de Estocolmo, para engrosar o engrasar mayorías. Y allí fueron, por el espacio, decenas de PyMEs con decenas de contratados, reclutados todos en las redes de socialización primaria del legislador o legisladora, hacia el merecido olvido, con cuatro años de aportes previsionales en blanco y cobrando poco por menos trabajo. Más allá del disgusto estético que todo esto haya causado y siga causando, ha dado lugar a una tradición que no por bastarda es menos perdurable y que nos hereda una larga lista de empresarios políticos. Se los distingue del tipo ideal estadounidense por una característica crucial: han resultado sistemáticamente incapaces de lograr la reproducción ampliada de su capital, rasgo en el que descuellan sus homólogos en Washington y en las capitales de los 51 estados boreales.

Pero el efecto más deletéreo que dejan como único y pernicioso residuo los tránsfugas es su contribución al déficit de representación. El monobloque más flamante proviene, además, de un grupo político cuyo líder (el único rasgo que ha consolidado como organización es un liderazgo) contribuye permanentemente a la inflación semántica del debate político argentino con la idea passepartout de la "crisis de representación". Habitualmente, la esgrime, contra toda evidencia, como dardo retórico para atacar a partidos que en realidad son muy exitosos representando ora a la mayoría, ora a la primer minoría. Pues bien, como la caridad bien entendida empieza por casa, la representación que ahora viene a sufrir, el mandato que viene a ser violentado es el que entregaron en 2011 los porteños de centroizquierda opuestos al Frente para la Victoria. Se trata de una minoría, 14% para ser más exactos, que hace 18 meses le dijo no a la derecha y no al PJ. Dado lo exiguo de ese electorado, que se expresó en condiciones de una polarización muy marcada y excluyente, se podría esperar que representarlo resulte una tarea más o menos simple. Al menos, ofrece demarcaciones claras: no hacerse de derecha, ni sumarse al justicialismo. Pues bien, ahí tenemos ahora un monobloque que se hace el que no entiende unas coordenadas tan sencillitas. Un 14% de los votantes porteños podrían decirle al líder al que se le escapó esta tortuga: crisis de representación, in your face!

Agreguemos, para terminar esta catarsis carente de pretensiones constructivas, que la crisis de representación se construye con acciones concretas. La persona que ahora se autoerige en monobloque fue seleccionada para su inclusión en la lista legislativa mediante un proceso amañado, donde la primera víctima fue el principio de representación. De aquellos polvos, estos lodos.

Dicho todo lo cual, y sin esperar que se nos disculpe la caduta di stile, saludamos a la nueva PyME con el váyanse a la puta que los parió más sonoro posible.