viernes, 26 de agosto de 2011

Primeras primarias: hoy, a las 19:00 horas en Sociales (UBA)

Análisis de las primarias y el rumbo hacia octubre

Sumate a debatir y analizar la primera elección primaria de nuestra historia.

Viernes 26 de Agosto, 19:00 horas. Facultad de Ciencias Sociales (UBA), sala de la Biblioteca, Marcelo T. de Alvear 2230, planta baja.

Carlos De Angelis (Director del Centro de Estudios de Opinión Pública de la FSoc)
Julián Gadano (consultor y analista de opinión pública, Profesor de Sociología Sistemática de la FSoc y de la Universidad de San Andrés y conductor de "Piedras de Papel" en Radio UBA 87.9 FM)
Alejandro Tullio (Director Nacional Electoral del Ministerio del Interior)
Helena Rovner (Consultora Senior en MBC-MORI )
Mariano Feuer (docente de Comunicación 2.0 en la FSoc)

Convocan Laboratorio de Políticas Públicas (LPP) y Colectivo x Sociales

Te esperamos.



 

Ver el afiche en detalle



Sigue hoy, todo el día, en Derecho UBA


Nos vemos en la inauguración. El programa completo del seminario, haciendo clic sobre este texto.

jueves, 18 de agosto de 2011

Facturas y derrotas: indigestión segura

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Política y facturas: la dieta del fracaso
Jueves 18 de agosto de 2011
por Gabriel Puricelli

Cuando termina la desordenada rutina de las campañas, que obliga a excesos alimenticios involuntarios y a llenar el cuerpo de hidratos de carbono más allá de lo recomendable, tal vez los líderes políticos deberían pensar en un ayuno o una dieta reequilibrante. En nuestro país al menos, sin embargo, se da el curioso hecho de que a la campaña sobreviene una dieta de facturas, particularmente después de las derrotas. Normalmente, se las sirve de desayuno y las consumen con fruición los periodistas radiales de la primera mañana. Como estos no llegan a consumirlas todas, quedan suficientes para el engorde de los que los suceden más tarde y para el de los teleperiodistas que imparten títulos sin bajada, pero con zócalo, en los noticieros de la noche y en los programas de cable que entretienen a la blogósfera, a la tuitósfera y a nuestro selecto ambiente de políticos profesionales con aspiraciones de élite.

Una dieta a base de facturas resulta inevitablemente en problemas de irrigación cerebral que dificultan el ejercicio de reflexión que uno supone sobrevendría a una derrota. Así, las facturas no sólo tienen por efecto una profusión de políticos hablando con la boca llena, perjudicando nuestras posibilidades de entender lo que dicen, sino que les impiden a ellos mismos pensar con la claridad de que serían capaces si optaran por la dieta que recomiendan los mejores cardiólogos.

En los casos más extremos, la pérdida de capacidad reflexiva no sólo afecta la posibilidad de reconsiderar las acciones pasadas, sino que resulta nociva para pensar las mejores alternativas hacia el futuro. Cuando ello sucede, se producen espirales descendentes que pueden transformar en definitiva esa derrota que tal vez tenía destino de transitoria o que podía haber sido procesada como lección.

Es bien conocido asimismo el carácter adictivo de las facturas. Y no es fácil hacer frente a las adicciones. Uno de los requisitos para superarlas es poder verse a uno mismo como lo ven los otros. Los casos de más virulenta adicción a las facturas vienen asociados a una autopercepción distorsionada del adicto, que le impide darse cuenta del estrago que va haciendo en él la adicción y que atribuye a una distorsión en la mirada de los otros toda indicación que lo prevenga de que las facturas le están haciendo mal.

Como viene de terminar una campaña, la aparición súbita de esta patología no debería sorprendernos. Por el contrario, debería encontrarnos en guardia. La decisión de no empacharse debe ser colectiva, abarcando tanto a los líderes que inundan las mesas con sus facturas, como a los militantes y a los periodistas que se lanzan a devorarlas, dejando de lado la alimentación sana de pensamientos e ideas que es la única que puede nutrir a una democracia que sea robusta, pero no obesa.

Nadie debería escudarse en un "empezó él". Por el contrario, cada uno tiene la responsabilidad indelegable de que las facturas dejen de pasar de mano en mano. Por la salud propia y por la de los propios, porque hablamos de política, y en política no puede dejar de haber compañeros y adversarios. Por ello, hacer circular las facturas entre los propios, a la corta, más que a la larga, beneficia a los ajenos. Y cuando se pierde ese instinto de autopreservación sobreviene no ya la derrota, sino el fracaso.



domingo, 7 de agosto de 2011

Mujica y CFK ¿comerán perdices?

Normalizar relaciones para transformar la región
Domingo 7 de agosto de 2011
Por Gabriel Puricelli

Uno no puede sino preguntarse cómo es posible que la relación entre Argentina y Uruguay necesite atravesar una etapa de “normalización”, cada vez que los dos países dan un paso en esa dirección. Porque no basta quedarse con la foto feliz de circunstancias de la cumbre de la semana que pasó entre los presidentes José Mujica y Cristina Fernández. Es cierto que se trató de un encuentro donde ambos mandatarios tenían derecho a congratularse porque los dos países han vuelto a llevar a su vínculo bilateral al nivel que debería esperarse que tengan, pero el ojo crítico no puede dejar de indagar en los modos y las razones que llevaron a la relación a un punto en que hubo que esperar un fallo de la Corte Internacional de Justicia para poder comenzar de nuevo. Esa indagación, lejos de tener un interés académico, debe estar en el centro de la reflexión sobre la política exterior de ambos países y, más aún, sobre el modo de construir integración política y económica.

Uruguay y Argentina decidieron formalmente el “relanzamiento” de la relación bilateral en junio de 2010, en una cumbre de ambos mandatarios en la residencia del presidente oriental en Anchorena, Colonia, poco más de un mes después del fallo de La Haya que consideró que Argentina no había probado que la contaminación ambiental producida por la pastera UPM en Fray Bentos estuviera por encima de los niveles admisibles y que Uruguay no había informado debidamente a la Comisión Administradora del Río Uruguay sobre el proyecto denunciado por Argentina. La reunión de esta semana permitió constatar que se está alcanzando la normalidad en las relaciones y la extensísima declaración conjunta firmada por los jefes de estado constituye un inventario de la multiplicidad de temas que ocupan conjuntamente a nuestros países. La variedad y la importancia de los mismos es tan grande que uno no puede sino sorprenderse de que el congelamiento, parcial, pero prolongadísimo del vínculo bilateral, no haya causado más daño que el que causó. Ello no quiere decir que el tiempo perdido se recupere con facilidad, pero de la mano de una situación económica relativamente saludable en ambos países y de un contexto global en el que ciertas ventajas para la región se sobreponen a la crisis en el hemisferio norte, la oportunidad de ponerse al día está en manos de ambos gobiernos.

Cuando hablamos de tiempo perdido, no nos referimos a ocasiones desperdiciadas para las fotos de funcionarios en encuentros de alto nivel, sino a ventanas de oportunidad que ambos países tienen abiertas, durante períodos cuya duración nunca se puede prever, para llevar adelante proyectos de desarrollo y (al menos mientras estén a cargo administraciones con eso como preocupación) justicia social. El conflicto bilateral que se arrastró desde 2005, cuando comienza el corte permanente del puente entre Puerto Unzué y Fray Bentos, fue la extensión de otro que ya se había planteado dentro de Uruguay cuando se adoptara el modelo de explotación forestal que tiene en la pastera UPM una de sus manifestaciones. Allí está el nudo y el problema más general, que tuvo en el conflicto entre orientales y argentinos un síntoma particular: la falta de un proyecto de desarrollo regional compartido dentro del espacio de libre comercio que es el MERCOSUR. Muchas de las iniciativas comunes que Uruguay y Argentina han adoptado o reactivado desde la reunión de Anchorena se corresponden con las que se deberían llevar adelante dentro de ese proyecto, cuya falta de explicitación sigue haciendo que nuestros países funcionen como territorios políticamente soberanos, pero donde el crecimiento económico depende de decisiones de inversión que cada estado nacional tiene problemas para orientar y que las estructuras intergubernamentales regionales no regulan (no tienen hoy los instrumentos para hacerlo) tampoco.

Hay un uso virtuoso de la retórica de la “patria grande” y de las “naciones hermanas” que se hace cuando se trata de restañar heridas, pero también hay un uso sobreabundante cuando se omite o se demora en enfrentar el desafío de crear condiciones para que no vuelvan a producirse choques como el que se llevó cinco años de la relación bilateral estrechísima que nuestros dos países no pueden sino tener. El relanzamiento del vínculo uruguayo-argentino sería mucho menos fértil de lo que puede ser si nos limitáramos a volver al punto en donde nos encontrábamos en 2005. Es imperativo acordar pautas de desarrollo, con criterios ambientales precisos, para todo el MERCOSUR, no simplemente tratar de hacer de unos kilómetros de río un lugar donde la actividad económica se monitorea obesivamente, mientras se admiten catástrofes ambientales en las áreas urbanas o en las actividades extractivas. El daño que Uruguay y Argentina se han causado mutuamente (y proporcionalmente a sus tamaños) ha estado mitigado por una coyuntura de crecimiento económico vigoroso, pero ello no puede hacernos ignorar lo que este enfrentamiento podría haber significado en una época de vacas flacas.

¡Salud!, entonces, por el renovado abrazo a través del Uruguay y del Plata, pero a mirar ahora hacia un horizonte donde no le prestemos la camiseta de nuestros respectivos países a intereses privados, para disfrazar de enemistad entre países lo que es un conflicto entre los intereses del capital y los de los pueblos.



jueves, 4 de agosto de 2011

lunes, 1 de agosto de 2011

Endeudáme y llamáme Marta


La cicuta republicana y las finanzas globales
Domingo 31 de julio de 2011
por Gabriel Puricelli

La crisis que mantiene al gobierno de los EE.UU. al borde del default no sólo tiene implicancias domésticas de consecuencias difíciles de calcular para el país, sino que pone en juego la vara que se usa para medir el riesgo crediticio de la entera economía mundial.

En lo doméstico, en el umbral de un agravamiento de la depresión que afronta la economía estadounidense, está en acto la implosión del principio de consenso que siempre permitió a demócratas y republicanos llegar a acuerdos (desde hace 30 años, más digeribles para los últimos que para los primeros), así fuera a último momento. Ello se debe, principalmente, a la irrupción de la derecha “revolucionaria” del Tea Party, pero también al hecho de que la pérdida de bancas sufridas por los demócratas en las elecciones de 2010, dejaron a su bancada de representantes más escorada hacia el progresismo (o lo que en ese país se entiende por tal). En un escenario de depresión, los republicanos pretenden forzar la adopción de medidas contractivas que pueden provocar una espiral descendente en una economía que tiene otras opciones al alcance de la mano.

La cesación de pagos con la que amenazan es el fruto de una intoxicación ideológica y también el precio que los sectores más reaccionarios quieren hacerle pagar a un presidente de quien recelan su etnicidad y un izquierdismo que nunca ha sido probado. Paul Krugman se indigna en la última entrada de su blog de que la voz del ex-presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan siga siendo escuchada, a pesar de cargar con la responsabilidad de haber creado las condiciones para la crisis y para dificultar la salida de ella.

La posible cesación de pagos pone también en cuestión el entero sistema de calificación de riesgo en el que se apoya el sistema financiero mundial, cuya escala se apoya en considerar exentos de todo riesgo a los bonos del tesoro estadounidense: carecer de ese punto de apoyo podría parecerse a obligar a la matemática a prescindir del cero. La calificación de riesgo es, por otra parte, una actividad que está enteramente en manos privadas y produce estimaciones que los estados (a través de sus autoridades monetarias) aceptan a libro cerrado a la hora de regular el funcionamiento de los bancos. Aun si los EE.UU. optaran por tomar voluntariamente la cicuta contractiva, deberíamos esperar de otros actores del sistema internacional (incluido nuestro país) un arrebato de sensatez que le dé al sistema financiero global un punto de referencia que sea definido por los estados democráticos y sea consistente con metas de bienestar social para la ciudadanía global.