El primer día de abril pasado, el diario guayaquileño "El Telégrafo", extractó algunas líneas del texto que sigue para un artículo a propósito de los 30 años transcurridos desde que Leopoldo Fortunato Galtieri decidiera desembarcar en las Islas Malvinas.
La aventura militar en Malvinas fue el intento desesperado de un régimen criminal de usar una reivindicación nacional para perpetuarse en el poder. Un régimen que no había ahorrado sangre para someter a los sectores populares que venían desafiando la hegemonía del capital, quiso saciarse con la sangre de cientos de jóvenes de 18 años reclutados a la fuerza para quedarse en el poder por una generación. Cada aniversario de ese conflicto, nos recuerda de dónde proviene la democracia argentina: de la derrota militar de un gobierno que no quería las Malvinas para la Argentina, sino todo el poder para sí.
Cada aniversario pone a la Argentina también frente a la dura realidad de que la fuerza de tareas británica, al aplastar la guarnición argentina, puso al país infinitamente más lejos de poder ejercer la soberanía sobre el archipiélago de lo que estaba cuando comenzó, fruto de una paciente diplomacia, a obtener un eco de sus reclamos en la Organización de Naciones Unidas.
En estos 30 años, los argentinos han construido un régimen democrático estable y han retomado el camino de la diplomacia para argumentar sus derechos. Argentina se colocó en las antípodas de la posición amenazante que adoptó el gobierno dictatorial durante el aciago semestre de 1982 en que construyó una escalada que terminó en desastre. Argentina no sólo dejó de ser una amenaza, sino que hasta inscribió en su Constitución, en ocasión de su escueta reforma en 1994, la obligación de perseguir su objetivo por medios exclusivamente pacíficos.
Treinta años después, el capitán que estuvo encargado del primer episodio de la escalada, a la cabeza de un destacamento en las islas Georgias del Sur, está preso por haber disparado contra los opositores a la dictadura las balas que se ahorró al rendirse ante los británicos sin llevar la mano a su fusil. El aura de “héroes” que criminales como Alfredo Astiz quisieron darse al regresar de la batalla que llevó al país a una derrota absurda ha quedado completamente disipada y esa breve guerra cuenta hoy como uno más de los crímenes que cometió el terrorismo de Estado entre 1975 y 1983.
Toda América del Sur retomó la senda de la democracia en el curso de las tres últimas décadas. En ese contexto, los gobiernos surgidos de la voluntad popular han ido desactivando los conflictos que le daban de comer a los autócratas (militares y de los otros) de cada país y ha surgido una conciencia creciente del papel que toda la región está llamada a jugar en un mundo cambiante, en el que los viejos poderes imperiales retroceden y en el que la soberanía se define no sólo ya por el control de territorios, sino por el de los recursos que éstos contienen. Esa nueva realidad es la que va inclinando tan pausada como decisivamente las Malvinas hacia su integración soberana (con unos isleños que habrán de ser ciudadanos plenos) en la América del Sur del siglo XXI.
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