domingo, 7 de agosto de 2011

Mujica y CFK ¿comerán perdices?

Normalizar relaciones para transformar la región
Domingo 7 de agosto de 2011
Por Gabriel Puricelli

Uno no puede sino preguntarse cómo es posible que la relación entre Argentina y Uruguay necesite atravesar una etapa de “normalización”, cada vez que los dos países dan un paso en esa dirección. Porque no basta quedarse con la foto feliz de circunstancias de la cumbre de la semana que pasó entre los presidentes José Mujica y Cristina Fernández. Es cierto que se trató de un encuentro donde ambos mandatarios tenían derecho a congratularse porque los dos países han vuelto a llevar a su vínculo bilateral al nivel que debería esperarse que tengan, pero el ojo crítico no puede dejar de indagar en los modos y las razones que llevaron a la relación a un punto en que hubo que esperar un fallo de la Corte Internacional de Justicia para poder comenzar de nuevo. Esa indagación, lejos de tener un interés académico, debe estar en el centro de la reflexión sobre la política exterior de ambos países y, más aún, sobre el modo de construir integración política y económica.

Uruguay y Argentina decidieron formalmente el “relanzamiento” de la relación bilateral en junio de 2010, en una cumbre de ambos mandatarios en la residencia del presidente oriental en Anchorena, Colonia, poco más de un mes después del fallo de La Haya que consideró que Argentina no había probado que la contaminación ambiental producida por la pastera UPM en Fray Bentos estuviera por encima de los niveles admisibles y que Uruguay no había informado debidamente a la Comisión Administradora del Río Uruguay sobre el proyecto denunciado por Argentina. La reunión de esta semana permitió constatar que se está alcanzando la normalidad en las relaciones y la extensísima declaración conjunta firmada por los jefes de estado constituye un inventario de la multiplicidad de temas que ocupan conjuntamente a nuestros países. La variedad y la importancia de los mismos es tan grande que uno no puede sino sorprenderse de que el congelamiento, parcial, pero prolongadísimo del vínculo bilateral, no haya causado más daño que el que causó. Ello no quiere decir que el tiempo perdido se recupere con facilidad, pero de la mano de una situación económica relativamente saludable en ambos países y de un contexto global en el que ciertas ventajas para la región se sobreponen a la crisis en el hemisferio norte, la oportunidad de ponerse al día está en manos de ambos gobiernos.

Cuando hablamos de tiempo perdido, no nos referimos a ocasiones desperdiciadas para las fotos de funcionarios en encuentros de alto nivel, sino a ventanas de oportunidad que ambos países tienen abiertas, durante períodos cuya duración nunca se puede prever, para llevar adelante proyectos de desarrollo y (al menos mientras estén a cargo administraciones con eso como preocupación) justicia social. El conflicto bilateral que se arrastró desde 2005, cuando comienza el corte permanente del puente entre Puerto Unzué y Fray Bentos, fue la extensión de otro que ya se había planteado dentro de Uruguay cuando se adoptara el modelo de explotación forestal que tiene en la pastera UPM una de sus manifestaciones. Allí está el nudo y el problema más general, que tuvo en el conflicto entre orientales y argentinos un síntoma particular: la falta de un proyecto de desarrollo regional compartido dentro del espacio de libre comercio que es el MERCOSUR. Muchas de las iniciativas comunes que Uruguay y Argentina han adoptado o reactivado desde la reunión de Anchorena se corresponden con las que se deberían llevar adelante dentro de ese proyecto, cuya falta de explicitación sigue haciendo que nuestros países funcionen como territorios políticamente soberanos, pero donde el crecimiento económico depende de decisiones de inversión que cada estado nacional tiene problemas para orientar y que las estructuras intergubernamentales regionales no regulan (no tienen hoy los instrumentos para hacerlo) tampoco.

Hay un uso virtuoso de la retórica de la “patria grande” y de las “naciones hermanas” que se hace cuando se trata de restañar heridas, pero también hay un uso sobreabundante cuando se omite o se demora en enfrentar el desafío de crear condiciones para que no vuelvan a producirse choques como el que se llevó cinco años de la relación bilateral estrechísima que nuestros dos países no pueden sino tener. El relanzamiento del vínculo uruguayo-argentino sería mucho menos fértil de lo que puede ser si nos limitáramos a volver al punto en donde nos encontrábamos en 2005. Es imperativo acordar pautas de desarrollo, con criterios ambientales precisos, para todo el MERCOSUR, no simplemente tratar de hacer de unos kilómetros de río un lugar donde la actividad económica se monitorea obesivamente, mientras se admiten catástrofes ambientales en las áreas urbanas o en las actividades extractivas. El daño que Uruguay y Argentina se han causado mutuamente (y proporcionalmente a sus tamaños) ha estado mitigado por una coyuntura de crecimiento económico vigoroso, pero ello no puede hacernos ignorar lo que este enfrentamiento podría haber significado en una época de vacas flacas.

¡Salud!, entonces, por el renovado abrazo a través del Uruguay y del Plata, pero a mirar ahora hacia un horizonte donde no le prestemos la camiseta de nuestros respectivos países a intereses privados, para disfrazar de enemistad entre países lo que es un conflicto entre los intereses del capital y los de los pueblos.



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