El congreso del PSOE y el retroceso del reformismo europeo
El Estadista n° 51, 1° al 14 de marzo de 2012
por Gabriel Puricelli
Arrasado en las últimas elecciones por la derecha y la crisis económica, reducido a su menor presencia parlamentaria desde que España recuperó no la república, pero sí al menos la monarquía parlamentaria, el Partido Socialista Obrero Español, empezó su camino por el desierto opositor eligiendo un nuevo Secretario General. En una reñidísma pulseada, el cántabro Alfredo Pérez Rubalcaba le cerró el camino a la catalana Carme Chacón, dejando para otro día la consagración de la primera jefa mujer. Igual que hace 12 años, cuando los socialistas eligieran como líder al futuro Presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero, no fueron más que un puñado del millar de delegados los que hicieron la diferencia, alineándose detrás de personalidades y de afinidades generacionales, más que de plataformas programáticas.
El congreso dejó poco más que anécdotas y tendría poco interés detenerse en este como simple suceso. No carece de miga, sin embargo, si lo ponemos en el contexto más amplio del retroceso generalizado de las fuerzas que integran el Partido del Socialismo Europeo, que están en la oposición o son socios de coaliciones encabezadas por centristas o conservadores moderados en la mayoría de los países de la Unión Europea, o si lo situamos en el panorama histórico de la tramitación del fin del consenso socialdemócrata que forjó estados nacionales de bienestar.
En lo que hace a las perspectivas de volver pronto al poder en Madrid, el congreso no fue exactamente auspicioso: consagró líder máximo al timonel del más grande naufragio electoral del PSOE de nuestros días y consolidó emblocamientos que ya amenazan la unidad del partido en las cruciales elecciones autonómicas de Andalucía, una de las pocas comunidades autónomas que sigue en manos socialistas y cuyo Presidente, José Antonio Griñán, es a la vez también el Presidente (cargo honorífico, pero de indudable valor simbólico) del PSOE. La principal innovación organizativa que el congreso aprobó fue la realización de primarias para elegir el futuro candidato a la presidencia del gobierno. Se trata de una respuesta a la aceptación de que el vínculo del partido con la ciudadanía está cada día más debilitado. Se trata de la misma conclusión a la que llegaron, antes que el PSOE, sus primos franceses y la centroizquierda italiana, con resultados poco concluyentes hasta el momento.
En la perspectiva de largo plazo, no puede decirse que el congreso haya marcado un punto de inflexión, pero sí pueden extraerse de la ponencia marco que dio origen al documento final algunos conceptos que, de ser desarrollados y traducidos en práctica política, pueden tal vez ayudar a revertir el proceso de declinación relativa del socialismo en el continente europeo.
La historia de la izquierda reformista en Europa registra un hecho curioso que se presta a más de un malentendido. Lo que la literatura política diera en llamar el “consenso socialdemócrata”, coincide largamente con los “treinta gloriosos”, los años de crecimiento virtuoso del capitalismo con estado de bienestar que transcurrieron entre la capitulación de los nazis y la crisis del petróleo: fueron años en los que la izquierda, paradójicamente, sólo estuvo en el gobierno la mayor parte del tiempo en esa periferia próspera que empezaron a ser los países nórdicos y en la frontera sensible que era Austria. Ello quiere decir que el estado de bienestar se construyó, al sur de Dinamarca, bajo la guardia de democristianos, liberales y conservadores. Los socialdemócratas de Willy Brandt llegaron al gobierno por primera vez en 1968, y la ola socialista meridional de Mario Soares, François Mitterrand, Andreas Papandreu y Felipe González llegó al filo de los ´80, cuando ya había saltado al primer plano la cuestión de la crisis fiscal del estado y empezaba a emerger el consenso neoliberal. Los dos primeros años del gobierno socialista-comunista de Mitterrand y su Primer Ministro Pierre Mauroy cuentan como el último ensayo nacionalizante-socializante antes de que el neoliberalismo se hiciera sentido común. Aún así, el rojo de los partidos reformistas coloreó los países europeos y hasta la Comunidad Europea que devenía Unión, con Jacques Delors. Los éxitos electorales no sólo postergaron la obligación de hacer cuentas con una naciente hegemonía conceptual, sino que ayudaron a convertir a su causa, bajo el ropaje del pragmatismo, a varios de los jefes de gobierno socialistas, laboristas y socialdemócratas de fines de los ´90. Sumemos la creencia ingenua de que los ladrillos del muro de Berlín sólo caerían sobre los partidos comunistas y tenemos el material necesario para empezar a entender el desarme teórico del socialismo europeo.
Aún en esas condiciones, la adopción de una audaz agenda de valores le dio aire a experiencias muy avanzadas en el plano de los derechos y de la construcción de ciudadanía, entre las cuales el gobierno de Zapatero se destaca. La evidencia de que esa agenda no colma la carencia de un modelo sustentable de desarrollo con justicia social está reconocida en la ponencia marco del congreso del PSOE cuando admite que los gobiernos progresistas han vivido “en la contradicción permanente entre su discurso político y su acción económica” y se propone “articular una alternativa socialista creíble al modelo de sociedad y economía preponderantes durante las últimas décadas.” Tomando en cuenta (¡por fin!) que hay un problema subyacente que el socialismo no ha afrontado, el PSOE entiende que “en el origen de la crisis está un paradigma económico obsoleto que prima la especulación frente a la innovación y la sostenibilidad; un modelo social que prima las desigualdades frente a las oportunidades; y un modelo democrático que prima a las elites frente a las mayorías.” Una enmienda al documento congresual marca también una búsqueda: donde la dirección del partido postulaba como alternativa a la concepción de la derecha una “economía de la prosperidad”, los congresales prefirieron una más concreta “economía sostenible del bienestar”.
Puesto al lado de la inanición programática del reformismo italiano o la castración del socialismo griego, el PSOE se anima a escribir palabras cargadas de sentido. Al mismo tiempo, del otro lado de los Pirineos, François Hollande protagoniza un giro retórico hacia la izquierda, tratando de ganarle a algo más que a Sarkozy (y a Angela Merkel). Son signos que un optimismo de la voluntad ve gatear, aunque el pesimismo de la razón no deje de constatar el mayor olvido del reformismo europeo de hoy: la valoración de la salida islandesa de la crisis, con un repudio radical de las condiciones del capital financiero y con la consulta directa al pueblo marcando el rumbo de la Primera Ministra Jóhanna Sigurðardóttir. Del encuentro de la innovación conceptual que insinúa tímidamente el PSOE y de la audacia de las mejores prácticas de gobiernos como el islandés, tal vez pueda emerger la promesa movilizadora que hoy le está faltando a los socialistas del Viejo Continente.
domingo, 11 de marzo de 2012
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1 comentario:
Muy buen articulo, deja abierto mucho para el debate. Deberiamos organizar algun workshop! Me parece que la socialdemocracia cometio un grave retroceso con respecto a la etapa de brandt, palme, miterrand, kreisky y cia y es qwue se nacionalizo. esa generacion fue la ultima que intento que debia trasnacionalizar la accion politica. Recien el timido impulso de Hollande es el primer movimiento que busca salir de las fronteras nacionales. Mientras la socialdemocracia no comprenda que debe globalizar su accion politica no tendra respuesta.
Brandt creo la comision que produjo el informe que llevaba su apellido. Palme el informe que invento la idea de seguridad humana, Brundtland la comision que impuso la idea de desarrollo sustentable, ahi habia ideas que enmarcaban la actividad politica. La caida de la urss tambien arrollo la estrategia socialista democratica de tercera posicion y nunca pudo recuperarse de eso. Por otra parte los socialdemocratas de los 60/70/80 venian de experiencias vitales de lucha y construccion muy fuertes, los de hoy son hombres grises, burocratas y encima, sin capacidad de pensar el mundo en que viven. Por lo menos, asi lo veo yo. Un abrazo.
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