Un hijo inesperado de la Primavera Árabe
Miércoles 15 de julio de 2015
Por Gabriel Puricelli
Cuando Federica Mogherini tuiteó “Hecho. Tenemos el acuerdo”, toda la tensión de meses discutiendo la letra fina de cómo encuadrar a Irán en un régimen (temporario) de no proliferación se disipó y el mundo quedó frente a un hecho de la envergadura de la firma de la paz entre Israel y Egipto. Es necesario remontarse a 1978 para encontrar un evento de semejante significación para la seguridad del planeta. La alta representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad fue la encargada de darle una cara fresca al resultado de negociaciones conducidas tras bambalinas a cara de perro, luego de que Irán tuviera que rendirse ante el costo económico de años de sanciones internacionales y aceptar que su uso de la tecnología nuclear sea supervisado de manera detallada e intrusiva por la Agencia Internacional de Energía Atómica.
Pero las negociaciones no sólo fueron posibles porque Irán tuvo que doblarse para que no se rompiera el consenso doméstico que mantiene en pie a la teocracia de los ayatolás, sino porque EE.UU., sus aliados europeos, Rusia y China han llegado a la conclusión de que necesitan un Irán estable para restablecer alguna forma de equilibrio geoestratégico en un Medio Oriente estallado luego de la primavera árabe, engullido hoy por la inestabilidad y el debilitamiento de varios estados soberanos en las orillas asiática y africana del Mediterráneo. Un ejercicio del más estricto realismo muestra no sólo que el combate al Estado Islámico en (lo que fueron) Irak y Siria se basa ya en una alianza de hecho entre estadounidenses e iraníes, sino que a mediano plazo Arabia Saudita necesita ser equilibrada por otro actor de peso militar y unidad doméstica similar para que no se aventure en un expansionismo que termina en el financiamiento de fuerzas siniestras como EI.
La necesidad de todos tiene cara de hereje: los tres países europeos que fueron parte de las duras negociaciones, Alemania, Francia y el Reino Unido saben también que la consolidación de la baja de los precios del petróleo (que se esperanzan ayudará a dinamizar sus economías en algún caso anémicas) dependen de la normalización de las exportaciones iraníes de crudo y que el flujo sin fin de refugiados que intentan alcanzar las costas o las fronteras de la UE sólo amainará en parte si Medio Oriente deja de expulsar poblaciones enteras.
Rusia y China, en fin, lograron hacer de las negociaciones no sólo una oportunidad de proteger a un aliado, sino de cooperar con las cuatro naciones occidentales que participaron del proceso, morigerando los efectos de las tensiones militares o económicas que los oponen en otros escenarios.
Los beneficios de que el acuerdo se cumpla al pie de la letra son obvios, pero los riesgos que traería aparejado su incumplimiento son enormes. En juego está la seguridad de Israel y las perspectivas de encontrar a mediano plazo una estabilidad para la región que igualmente no deja de ser el cinturón de fuego del mundo del siglo XXI.
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