martes, 21 de julio de 2015
Se termina la guerrita fría
El fin de otra antigualla
21 de Julio de 2015
Por Gabriel Puricelli
Los autazos remendados que se pavonean por el malecón de La Habana empezaban a parecer nuevos frente al anacronismo de la ausencia de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos. La decisión de Raúl Castro y Barack Obama de ingresar tardíamente en la era de la post Guerra Fría, que arrancó hace más un cuarto de siglo, tiene en la reapertura formal de sedes diplomáticas en sus respectivas capitales un momento que es tanto de clímax como de anticlímax. Lo uno, porque escriben una página que está automáticamente inscripta en los libros de historia. Lo otro, porque si se repasa la agenda posible de la relación bilateral ahora que tomó la ruta de la normalidad, resulta casi menos conflictiva que la agenda entre Noruega y Suecia.
Miremos con perspectiva: Estados Unidos tiene con México una relación en la que debe lidiar con problemas de una dimensión que hace que los que tiene o pueda tener con Cuba resulten irrisorios. Narcotráfico, inmigración ilegal y violencia, por nombrar sólo los negativos. Los mismos que figuran al tope del ranking en la relación de Washington con los países inmediatamente al sur de México. La amenaza no proviene de los estados, sino de sociedades en tensión, agrietadas por la desigualdad, atraídas y repelidas por el rumor de la sala de máquinas del capitalismo norteamericano. Flujos de inversiones compensan parcialmente el lado oscuro de ese orden del día.
En cambio, Cuba no es una amenaza existencial para los Estados Unidos desde que los soviéticos desarmaron sus lanzaderas misilísticas en 1962 y hace rato que ha dejado de desafiar con su apoyo espiritual o material a insurgencias latinoamericanas o africanas. Al contrario, La Habana es la Oslo del Caribe a la hora de poner la mesa para las guerrillas colombianas y el gobierno de Bogotá. Hasta Raúl Castro puede funcionar de sordina de la trompeta de Nicolás Maduro cuando hay una cumbre como la reciente en Panamá.
Todos los problemas que venimos de repasar tienen una escala y un nivel de dificultad que empequeñecen las cuitas que provoca Cuba en Washington. Y no hablamos siquiera de los problemas que presenta para la única potencia contemporánea el vasto escenario que va desde Libia hasta Pakistán. Cuba no tiene nada dañino que exportar a su vecino geográficamente más cercano y Estados Unidos no encuentra ya razones para negarle a sus empresas la posibilidad de asociarse provechosamente con el estado castrista como lo han hecho españoles o canadienses, por nombrar sólo a dos jugadores grandes en el gran lagarto verde.
¿Borra este inventario 50 años de desconfianza? No de un plumazo. ¿Elimina esta auditoría veloz las ganancias retóricas que ambos gobiernos pueden obtener frente a sus ciudadanos criticándose mutuamente? Menos todavía. Sin embargo, nos mentiríamos a nosotros mismos si no describiéramos esta realidad material que ha debilitado para siempre las bases de esa desconfianza y la justificación de esa retórica.
Nixon fue a China arriesgando infinitamente más de lo que puso en juego Obama para este restablecimiento del vínculo con Cuba. Y lo mismo vale al comparar a Mao con el más joven de los Castro.
miércoles, 15 de julio de 2015
Un acuerdo para que Irán no prolifere
Un hijo inesperado de la Primavera Árabe
Miércoles 15 de julio de 2015
Por Gabriel Puricelli
Cuando Federica Mogherini tuiteó “Hecho. Tenemos el acuerdo”, toda la tensión de meses discutiendo la letra fina de cómo encuadrar a Irán en un régimen (temporario) de no proliferación se disipó y el mundo quedó frente a un hecho de la envergadura de la firma de la paz entre Israel y Egipto. Es necesario remontarse a 1978 para encontrar un evento de semejante significación para la seguridad del planeta. La alta representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad fue la encargada de darle una cara fresca al resultado de negociaciones conducidas tras bambalinas a cara de perro, luego de que Irán tuviera que rendirse ante el costo económico de años de sanciones internacionales y aceptar que su uso de la tecnología nuclear sea supervisado de manera detallada e intrusiva por la Agencia Internacional de Energía Atómica.
Pero las negociaciones no sólo fueron posibles porque Irán tuvo que doblarse para que no se rompiera el consenso doméstico que mantiene en pie a la teocracia de los ayatolás, sino porque EE.UU., sus aliados europeos, Rusia y China han llegado a la conclusión de que necesitan un Irán estable para restablecer alguna forma de equilibrio geoestratégico en un Medio Oriente estallado luego de la primavera árabe, engullido hoy por la inestabilidad y el debilitamiento de varios estados soberanos en las orillas asiática y africana del Mediterráneo. Un ejercicio del más estricto realismo muestra no sólo que el combate al Estado Islámico en (lo que fueron) Irak y Siria se basa ya en una alianza de hecho entre estadounidenses e iraníes, sino que a mediano plazo Arabia Saudita necesita ser equilibrada por otro actor de peso militar y unidad doméstica similar para que no se aventure en un expansionismo que termina en el financiamiento de fuerzas siniestras como EI.
La necesidad de todos tiene cara de hereje: los tres países europeos que fueron parte de las duras negociaciones, Alemania, Francia y el Reino Unido saben también que la consolidación de la baja de los precios del petróleo (que se esperanzan ayudará a dinamizar sus economías en algún caso anémicas) dependen de la normalización de las exportaciones iraníes de crudo y que el flujo sin fin de refugiados que intentan alcanzar las costas o las fronteras de la UE sólo amainará en parte si Medio Oriente deja de expulsar poblaciones enteras.
Rusia y China, en fin, lograron hacer de las negociaciones no sólo una oportunidad de proteger a un aliado, sino de cooperar con las cuatro naciones occidentales que participaron del proceso, morigerando los efectos de las tensiones militares o económicas que los oponen en otros escenarios.
Los beneficios de que el acuerdo se cumpla al pie de la letra son obvios, pero los riesgos que traería aparejado su incumplimiento son enormes. En juego está la seguridad de Israel y las perspectivas de encontrar a mediano plazo una estabilidad para la región que igualmente no deja de ser el cinturón de fuego del mundo del siglo XXI.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)