Por Sol Prieto |
Esto escribe la socióloga Sol Prieto y aquí lo reproducimos. Lectura recomendadísima.
JUSTICIA POR MANO PROPIA
Gente que lincha gente
Cuando la sociedad lincha,
lo hace para redefinir sus límites. Y cuando distintos grupos de personas
“normales”, en distintos puntos del país, linchan a personas parecidas entre sí
– hombres jóvenes, pobres, que son acusados por un transeúnte de cometer un
delito contra la propiedad—¡ojo! porque los quieren dejar afuera.
El viernes a la tarde en Charcas y Coronel Díaz treinta personas se turnaron para pegarle patadas en la cara a un chico inmovilizado en el piso por el portero de un edificio que se le tiró encima. El chico le había robado la cartera a una chica a metros de la puerta del edificio en el que lo lincharon. Según el escritor y tuitero Diego Grillo Trubba, que llegaba a su casa del trabajo en ese momento, los vecinos y transeúntes de Palermo que estaban avocados a pegarle alchico discutieron si era “más justo” pegarle entre todos o de a uno, y repudiaron y después amenazaron a una mujer que sugirió que dejaran de patearle la cara porque lo iban a matar.
En la madrugada del mismo día, en Rosario, seis personas golpearon a un joven de 21 años luego de que intentara asaltar a una pareja que esperaba el colectivo. El joven fue trasladado al hospital con un politraumatismo de cráneo y un corte en el cuero cabelludo. Una semana antes, en Rosario, más de 50 personas golpearon –con las manos y con la puerta de un auto--, patearon con botines con puntera, y le pasaron por encima con una moto al joven rosarino David Moreira, quien estuvo tirado en el piso durante una hora hasta que fue trasladado hasta el Hospital de Emergencias Clemente Álvarez, donde finalmente murió. El miércoles posterior a la muerte de Moreira, a 15 cuadras de donde fue asesinado, un grupo de transeúntes golpeó a un joven luego de que su compañero escapara en moto de un asalto hasta que llegó la policía. El jueves a la noche, un grupo de vecinos golpeó a un joven hasta que fue trasladado por la policía al Hospital Alberdi en Rosario. El mismo día, en San Martín, un hombre golpeó a un chico de 17 años a quien acusó de querer robarle la moto. Se le sumaron diez personas que le pegaron durante alrededor de 15 minutos hasta que la policía lo llevó al Hospital Cullen.
Hace una semana que el runrrún de las redes sociales legitima los linchamientos o se horroriza ante una supuesta barbarie irracional. Parte de la clase política y los intelectuales reproduce las dos reacciones diciendo “esto pasa cuando no llega el Estado…”, pero lo dicen sin aclarar muy bien qué es el Estado. ¿Es la policía?, ¿es la justicia?, ¿la cárcel?, ¿la escuela? ¿los trenes? ¿las autopistas? ¿la Constitución? Los diagnósticos que dominan la opinión pública y esa cosa que está en el medio de lo público y lo privado, que es Facebook y Twitter, desconoce que la violencia colectiva es un tipo específico de violencia que difiere de la interpersonal, la estatal y la doméstica y que emerge cada tanto con una función clarísima: redefinir los límites de la sociedad y decir quién queda adentro y quién no.
"Los
diagnósticos que dominan la opinión pública y esa cosa que está en el medio de
lo público y lo privado, que es Facebook y Twitter, desconoce que la violencia
colectiva es un tipo específico de violencia que difiere de la interpersonal,
la estatal y la doméstica y que emerge cada tanto con una función clarísima:
redefinir los límites de la sociedad y decir quién queda adentro y quién
no."
Los primeros linchamientos en los que los sociólogos pusieron el ojo fueron los asesinatos de negros durante y después de las guerras de secesión en Estados Unidos. Robert Gibson fue uno de los autores que estudió el tema, y llamó a la violencia colectiva dirigida a los negros “el holocausto de los negros”. En las últimas décadas del siglo XIX, el linchamiento de negros fue perpetrado por las comunidades pobres y analfabetas y con estados poco desarrollados del sur de ese país: matar a un negro, para un habitante pobre, olvidado, alejado, y sin derechos del sur de los Estados Unidos, era reafirmarse como ciudadano estadounidense diferenciándose de las personas a quienes odiaba por ser distintas a él.
En Brasil la migración interna sumada a los cambios estatales que surgieron al calor de la democratización provocaron la multiplicación de los linchamientos como forma de mantener la ecuación de la violencia y el orden por parte de los líderes territoriales vinculados al delito y el narcotráfico. En la Guatemala, los linchamientos se generalizaron en los lugares en los que la guerra civil tuvo los picos más altos de violencia y en donde se resquebrajaron todas las lógicas de reproducción y normalidad de las comunidades y fueron reemplazadas bolsones de monopolio privado de la violencia. En los países con altos niveles de población indígena como Bolivia, Perú, y Ecuador, los linchamientos se constituyeron como una herramienta de autonomía de las comunidades, que les permitía reforzar sus límites hacia adentro, estableciendo los límites de lo tolerante, a la vez que le demostraban al Estado su capacidad de ejercer la violencia y desconocer sus normas e instituciones.
Como se ve –si es que se ve—un linchamiento puede querer decir muchas cosas, y cuando un grupo de personas o una comunidad lincha a alguien, puede querer estar haciendo muchas cosas: para empezar, puede querer reafirmarse en su identidad, trasladar sus mecanismos punitivos de un lugar a otro del mundo, crear un orden, protestar contra el Estado, o generar y reproducir su autonomía. Decir que un grupo de personas lincha porque “no aguantan más”, o porque “el Estado no hace nada”, o porque “no tienen piedad”, o porque “no saben lo que es el amor”, o porque “son primitivos”, aunque se diga con las mejores intenciones, las más humanas y honestas, es desconocer que lo social tiene otra lógica que lo individual, y que las personas no hacen o dejan de hacer cosas por ser buenas o malas. Incluso cuando castigan y matan –ciertamente sin piedad--.
Un sociólogo estadounidense que llamado Charles Tilly, desde mediados de los 60 hasta el 2008, cuando murió, escribió sobre la violencia colectiva: la violencia como base de los Estados, la acumulación de recursos violentos como base de la diplomacia, la violencia política, la violencia paraestatal y sus vínculos con las instituciones –que están todas construidas con y sobre la violencia.
Tilly dijo muchas cosas sobre qué es lo que hace la sociedad cuando lincha y por qué a veces lincha, otras veces saquea, otras veces contiene a pandillas o barras bravas que se pelean entre sí, otras veces veces alberga grupos guerrilleros y paramilitares, y otras veces se ve sacudida por una guerra civil. Pero lo más importante es que en todos los casos, la violencia sirve para separar quiénes están adentro de la sociedad y quiénes están afuera.
Esto nos dice mucho sobre los ¡seis! linchamientos que los medios de comunicación registraron la semana pasada en Rosario y Buenos Aires. Hace ya dos décadas que parte de la clase política, la opinión pública, y los medios de comunicación, vienen creando un perfil de personas que pondrían en riesgo la normalidad de toda la sociedad. Esas dos décadas coinciden con tasas elevadas –en comparación con el resto de la historia-- de delitos contra la propiedad y la consecuente emergencia silenciosa de una cultura del delito entre los jóvenes pobres y marginales que viven en las ciudades grandes. Lo abrupto de los linchamientos marca un momento bisagra de la sociedad, donde los pobres pueden quedar totalmente del lado de afuera de lo que llamamos Argentina. Primer paso: darse cuenta.
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