El premier busca alargar su final para que la agonía les toque a los otros
Jueves 10 de noviembre de 2011
por Gabriel Puricelli
Berlusconi será Berlusconi hasta el final. Hasta ese final que él posterga, a costa de volver más endeble la situación de Italia. Sin mayoría parlamentaria desde ayer, pero sin capacidad de dedicar cinco minutos a gobernar desde hace meses, el jefe de gobierno no cuida otro interés que el personalísimo propio. Estar en el gobierno interesa por los fueros y no ya por la puesta en práctica de un programa, así sea el de sus amigos ricos y poderosos.
Es por eso que al Cavaliere no le resta más que el apoyo de los menesterosos que saben que no podrán retener sus bancas en la próxima elección, ahora que el sol berlusconiano se apagó. Y es por eso que hasta la patronal de la Confindustria quiere verle la espalda.
En las condiciones que ha creado, Berlusconi hace perder a todos, pobres y ricos, en la proporción que la desigualdad social le asigne a cada uno. Con el gobierno reducido a la inacción, no hay quien reparta con justicia los costos de la crisis y estimule al mismo tiempo la actividad económica, ni quien haga el ajuste que demanda de modo germánicamente imperativo el Banco Central Europeo.
Llevando a Italia al marasmo, contribuyendo a agudizar una crisis de por sí profunda, Il Cavaliere se apresta a caer fiel al desconocimiento que siempre tuvo de cualquier noción de interés común.
Su último pensamiento cuando se despida de Palazzo Chigi será “me traicionaron a mí”, sin que se nuble su mente con la preocupación por la agonía innecesaria infligida a la República Italiana.
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