domingo, 22 de mayo de 2011

España acampa


 
Domingo, 22 de mayoo de 2011
De la bronca a la salida
Por Gabriel Puricelli

El Movimiento del 15-M se ha desplegado con contundencia y sorpresa en muchas ciudades de España, tan sólo una semana antes de las elecciones autonómicas de hoy. Probablemente tarde para que las masivas manifestaciones cambien el curso de esas elecciones. Seguramente tarde para detener la marcha de las medidas draconianas de ajuste que le imponen a España el corsé macroeconómico de la moneda común y las limitaciones ideológicas de su clase dirigente. Ahora bien, aún si no podemos anticipar el curso del movimiento, ni la significación de su impacto, podemos leerlo como síntoma no simplemente de un malestar ciudadano, sino de la toma de conciencia (con pequeñísimas minúsculas) respecto del límite infranqueable con que se ha topado un modelo de desarrollo de España y un modelo de inserción en la Unión Europea.

La entera clase dirigente de la UE se encuentra desprovista de ideas en materia de economía política que puedan hacer frente a un hecho que otrora se consideraba inmanente al capitalismo: los ciclos. Así como el consenso socialdemócrata proveyó un menú común a conservadores y progresistas a lo largo de los “treinta gloriosos” (desde la posguerra hasta la crisis del petróleo), el consenso neoliberal que emergió de la crisis fiscal de los ´70 provee a esas mismas corrientes un mismo libreto y se condensa en instituciones que han arrancado de las manos de los gobiernos nacionales (al menos los de los países de la periferia continental), los instrumentos soberanos para enfrentar las crisis. Grecia, Irlanda, Portugal y España reaccionan frente a la baja del ciclo económico con más estupor del que cabría esperar ante un tsunami, mientras desde la torre vidriada del Banco Central Europeo en Frankfurt se vigila que a nadie se le ocurra gastar un euro en estímulos económicos y que se paguen las deudas contraídas con la fe de quien está convencido de que el producto bruto se puede expandir indefinidamente.

Los platos rotos se pagan en forma no sólo de desempleo, sino de desazón terminal de una generación entera de jóvenes que llega a su calle cuando acabó la fiesta. En ellos se hace carne la idea opuesta a la que estuvo en el vértice del consenso neoliberal: desde aquí sólo queda seguir bajando. Una visión comprensiblemente trágica como esta no es la que puede organizar un consenso alternativo, pero es la que hasta ayer proveía de razones a un creciente abstencionismo electoral y que hoy lanza a las calles a parte (por ahora) de los muchos que hasta ayer estaban ausentes de la arena política.

Una experiencia así no puede sino reverberar en quienes vivimos el 2001 argentino y en su seno tal vez se incuben la promesa y las limitaciones que hubo en aquel. Sin embargo, no conviene forzar las comparaciones. Nada autoriza a pensar que el bipartidismo casi perfecto que existe a nivel del estado español va a entrar en ese estado de fluidez en que se encuentra, subterráneamente, aún hoy el de nuestro país.

El reclamo de la Puerta del Sol y de tantas plazas interpela a un sistema estructurado y legitimado por los logros del mismo modelo de desarrollo que entró en crisis en 2008. Las trayectorias importan, y la de España era ascendente en el largo plazo hasta hace muy poco: sólo se llega al borde del precipicio desde una trayectoria inversa.

La novedad de estas protestas (que no cabe ensalzar por su espontaneidad como lo hace la vulgata mediática) para la clase dirigente española es que se expresa por fuera de las estructuraciones tradicionales, partidarias o sindicales. En una lectura optimista, podrían ser el toque de diana para que el progresismo realmente existente intente dar el paso más allá del consenso neoliberal que lo saque de la trampa que lo condena. Las movilizaciones ponen presión en las costuras de la política económica europea, pero no será sin política que esas costuras se podrán hacer saltar. Un camino de desencuentro entre malestar y política puede dar por cierta la perspectiva trágica. Uno de conversación, puede ser el único que evite que España y el resto de las periferias europeas se amputen una generación completa.




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