Derrotado el golpe, ¿se relanza Correa?
por Gabriel Puricelli
Miradas al Sur
Domingo 3 de octubre de 2010
La casa está en orden en Ecuador. Como todo intento de golpe, aun fallido, el trauma deja al cuerpo democrático de la nación de que se trate, temblando con las reverberaciones de inseguridad y ansiedad que suceden a toda experiencia que lleva a atisbar el abismo. Ese temblor tiene el eco de lo sucedido en 2002 en Venezuela, en 2009 en Honduras y el de la amenaza permanente de juicio político que pesa sobre Fernando Lugo en Paraguay, desde 2008. Esa inseguridad y esa ansiedad no pueden ser calmadas siquiera con la certeza que acompañaba a los golpes del siglo XX, cuando se sabía dónde se planificaban y a qué lógica común obedecían. Las intentonas y el único golpe exitoso de este siglo XXI obedecen primordialmente a dinámicas endógenas de cada país, que tienen en común la tensión entre clases dominantes descolocadas por la pérdida de su rol dirigente, pero que no están unidos más que por el débil hilo de esa descolocación.
El presidente Rafael Correa sale contradictoriamente debilitado y fortalecido del fracaso del golpe de Estado protagonizado por la policía. Debilitado, porque quedó en evidencia cuánto se apoya el proceso de la Revolución Ciudadana en el vértice personalísimo del presidente y cuán lapidario podría ser para ese proceso un magnicidio, del cual se estuvo durante horas a milímetros. Fortalecido, porque tras superar airoso la intentona puede aprovechar el “efecto demostración” de la victoria ante los golpistas para renovar el aire de su gobierno, altamente popular, pero erosionado por su pelea con los movimientos indígenas y por la indisciplina del bloque parlamentario de Alianza Pais (Patria Altiva I Soberana), que no le respondió cuando la Asamblea Nacional trató el veto presidencial a la Ley de Servicio Público. Un gobierno que elige no acumular poder (el jefe de Estado sigue careciendo de un partido propio organizado que lo apoye), sino hacerlo circular, necesita de demostraciones reiteradas de que lo tiene y de que lo ejercita con eficacia, ya que su legitimidad deriva de ahí y no de la investidura que detente o de las instituciones que controle.
La intentona parece haber servido para demostrar también que la oposición a Correa no es mayoritariamente golpista y que los sectores que sí lo son (los que pusieron el golpe en práctica y los que se manifestaron de diversos modos dispuestos a acompañar) carecen de vertebración política y de organicidad social. Ello no quiere decir que en Ecuador un gobierno popular no deba preocuparse por la burguesía bananera (en un país que es el primer productor y exportador del mundo), o por los sectores vinculados al sector exportador de la economía y a la producción de cacao, sino que no parece existir hoy una articulación político-social que tenga atisbos de la coherencia y cohesión de la oligarquía hondureña o del bloque que estuvo detrás del fallido golpe en Venezuela en 2002.
El limitadísimo despliegue geográfico del golpe indicaría que carece también de bases regionales que pudieran amenazar el poder en Quito, es decir que no emerge nada parecido a la contestación antimasista que ha amenazado desde la media luna oriental de Bolivia a Evo Morales. Esto último se debería considerar especialmente importante, en tanto la política ecuatoriana se ha organizado históricamente en torno de la polaridad entre la costa (con Guayaquil como eje, ciudad que controla la derecha) y la sierra (donde se hallan, entre otras ciudades, Quito y Cuenca): sin embargo, esa tensión no se ha transformado en el elemento estructurante del antagonismo entre Correa y su fragmentada y variopinta oposición. Concretamente, durante las horas de tensión, en Guayaquil, bastión del Partido Social Cristiano, se mantuvo la normalidad y su alcalde, Jaime Nebot, se manifestó contra todo intento de golpe.
Ello no significa que la Revolución Ciudadana tenga el terreno allanado. Por el contrario, el debilitamiento de su apoyo entre los indígenas, un crecimiento económico mediocre, limitado por la dolarización de la economía (Ecuador abolió su moneda nacional) y la persistencia del poder económico de los sectores de la burguesía ya mencionados, son todos factores que se pueden combinar y poner en peligro su gobierno.
El papel de la Unasur con su relampagueante y unánime reacción en favor de la democracia ecuatoriana catalizó el frente antigolpista y selló toda fisura a través de la cual un hipotético gobierno ilegítimo podría haber soñado en obtener aceptación de sus vecinos. Sin embargo, no todas son rosas tampoco en el frente internacional futuro para Correa: persiste la tensión con Brasil, debido a la cancelación de los contratos de la constructora Odebrecht, y Brasilia (aunque haya pasado desapercibido en medio de la ebullición de la competencia electoral) sólo envió una representación de nivel medio a la cumbre de Buenos Aires y para la delegación de cancilleres que se reunió el viernes en Quito con el ratificado líder de Ecuador.
lunes, 4 de octubre de 2010
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1 comentario:
Muy buena nota. Fue muy difícil encontrar en los diarios de estos días buenos análisis y algo de información sobre la situación de Ecuador. Saludos
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