domingo, 20 de junio de 2010

La élite se sucede a sí misma, otra vez

Ballottage presidencial en Colombia: Crónica de una elección anunciada
por Gabriel Puricelli*
Miradas al Sur
Domingo 20 de junio de 2010

Es difícil encontrar vestigios de una campaña electoral en las calles de Bogotá. Si uno presta mucha atención, podrá ver afiches de Antanas Mockus en los amplios ventanales de los bonitos departamentos del pudiente barrio de Los Rosales, duplicando al menos los del ganador de la primera vuelta de las elecciones presidenciales colombianas, Juan Manuel Santos. Si uno se adentra en los barrios populares, verá descascararse las abundantes pegatinas de Gustavo Petro, el candidato de la izquierda del Polo Democrático Alternativo que quedó eliminado en aquel turno, y poco más. Se puede recorrer el histórico barrio de La Candelaria o las laderas de los cerros en San Cristóbal y Ciudad Bolívar, sin cruzarse a un solo militante repartiendo volantes.

Todo apunta a una elección que se da por resuelta, como lo sugiere la crudeza de los números del 30 de mayo: 46% para el favorito del presidente saliente Álvaro Uribe, 21% para el ex-alcalde de Bogotá. El último debate entre los candidatos se produjo el jueves 17, pero es difícil enterarse de ello por los diarios del día siguiente. “El Tiempo”, compañero de ruta perenne de los gobiernos de turno, ni se molesta en mencionarlo en su tapa. Si el diario de la familia Santos puede alegar falta de incentivos para hacerlo, el antiuribista “El Espectador” debe tener otras razones para no darle siquiera lugar en una página par como hace su competidor.

No es que no haya noticias políticas: las hay en abundancia en ambos periódicos. Sin embargo, la atención no está puesta en la elección, sino en lo que pasará en los primeros días de un gobierno del Partido Social de Unidad Nacional, casi como si “la U” (de Unidad, sí, pero también de Uribe) ya hubiera renovado la locación del Palacio de Nariño. Los partidos tradicionales compiten entre sí por las presidencias de las cámaras del parlamento, como retribución por su apoyo casi unánime a Santos. Los liberales redescubren súbitamente que el candidato uribista supo estar en sus filas y no son pocos, entre éstos y entre los comentaristas políticos, quienes lo ven volviendo al redil y reunificando el viejo partido.

El propio Uribe, en las postrimerías de ocho años de gestión, empieza a mostrar síntomas de su latente preocupación por no haber podido sucederse a sí mismo. Más que hacer campaña, como lo hizo hasta horas antes de la apertura de la votación del 30 de mayo, parece posicionarse para un rol nuevo en la era Santos, en un papel el que estará menos guarnecido de lo que lo ha estado hasta ahora. Sus destempladas reacciones contra sentencias de la Corte Suprema de Justicia que hacen avanzar la investigación de ilícitos de su gobierno y su duelo verbal con el ex-presidente César Gaviria no son ya actitudes de un hombre en campaña, sino de alguien que teme el encogimiento de la sombra del poder bajo un nuevo mandatario.

La apuesta de Mockus a una alianza “ciudadana”, desdeñando el apoyo organizado de Petro y el Polo, fue la ratificación en el bis de la campaña de una apuesta por transformar en votos un estado de ánimo extendido pero volátil y de su rechazo del abecé de la construcción política. Actuando como si estuviera frente al derrumbe inexorable de un orden y como si sólo restara limpiar escombros, desdeñó empuñar la piqueta para socavarlo más allá de la erosión que le provocara el tiempo, construyendo un movimiento político amplio y aceptando la diversidad de colores en la paleta del antiuribismo. Sometido a la abrasión del debate político espectacularizado, careció de habilidades indispensables en esa arena, en relación inversa con la ductilidad con que se había servido de la web 2.0.

Colombia tiene por delante tiempos en los que se ajustarán cuentas (con dosis tal vez homeopáticas de justicia) con el lado oscuro de la “seguridad democrática” y la “parapolítica”. En ese escenario, Santos podrá disfrutar de un cargo para el que fue criado, el antiuribismo deberá cuajar en organización y Uribe deberá cuidarse las espaldas como hombre en la inesperada desolación del llano.


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