sábado, 20 de marzo de 2010

Michael Foot, in memoriam


Crítica de la Argentina
Domingo 14 de marzo de 2010
Un hombre y sus ideas en la "nota de suicidio" que lo sobrevive
por Gabriel Puricelli

Si “todo tiempo pasado fue mejor” es una afirmación que se sostiene en la selectividad de ciertas memorias, los ejercicios contrafácticos que especulan con lo que pudo haber sido proveen por el contrario, la oportunidad de imaginar ucronías que nos recuerdan que a cada paso del camino humano hay una bifurcación y una decisión que nos encamina en direcciones alternativas, más o menos deseables.

La muerte, la semana pasada, del laborista británico Michael Foot otorga una de esas oportunidades. Vista desde Buenos Aires, la tentación es preguntarse: “¿y si Galtieri no hubiera desembarcado en Malvinas?” Alguien nos recordaría que, como jefe de la oposición, Foot apoyó el envío por Margaret Thatcher de la “task force” que retomó el control de las islas. Sin embargo, la pregunta por ese imposible resulta válida al revisar la herencia que le legó el thatcherismo al mundo y al recordar que la que sería la Dama de Hierro, era en marzo de 1982 tan poco popular en su país como lo eran aquí los generales genocidas. Foot cargaba con la escisión de la derecha laborista que había formado el Partido Socialdemócrata (SDP), pero podía imaginarse a la cabeza de una mayoría en el parlamento de Westminster cuando paso lo que pasó.

Una vida que duró casi lo que un siglo hizo de este socialista romántico, no sólo un protagonista de los hechos que marcaron el siglo XX, sino un testigo de la reivindicación asordinada de sus convicciones en la primera década del siglo actual. Foot se contó entre quienes militaron contra los que querían apaciguar a Adolf Hitler y propuso enfrentar al monstruo mientras recién asomaba su cabeza. Era ya un referente de la izquierda del Partido Laborista durante el gobierno de las nacionalizaciones en masa y de la creación del Servicio Nacional de Salud: estuvo entre los parteros del Estado de Bienestar. Pero su carrera estuvo signada por un ascenso tardío, en un momento en que el capitalismo sufría uno de esos cataclismos que son su modo existencial. Como viceprimer ministro del gobierno laborista de James Callaghan, vió cómo prevalecía la derecha de su partido, imponiendo el ajuste ante la crisis del petróleo, en el “invierno del descontento” de principios de los ´70. Los británicos elegirían saltar de la sartén de Callaghan al fuego de Thatcher en el siguiente turno comicial, pero Foot no se dejó convencer de esa visión y llegó a jefe de la oposición con un programa de izquierda que parecía encaminado a ser puesto en práctica cuando un viento de chauvinismo alzó en andas a una primer ministra en caída libre.

Después, una ola de neoconservadurismo doró sus blasones bélicos en el Atlántico Sur y arrasó a ambos lados de ese océano. El “nuevo” laborismo, tuvo en Tony Blair a quien lo volvió casi indistinguible de las ideas que Foot combatió. Pero – casi póstumamente – la plataforma electoral con la que éste fue derrotado en 1983, “la nota de suicidio más larga de la historia”, tuvo que ser adoptada a desgano por Gordon Brown, en busca de sortear una nueva crisis capitalista, con nacionalizaciones de bancos, regulaciones al capital financiero, redoblada inversión pública y hasta la revisión del programa de misiles nucleares Trident. Tal vez sea tarde para que los británicos no vuelvan a saltar de la sartén al fuego, pero no es tarde para reconocer al hombre que pudo haber evitado que lo hicieran la primera vez.

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