El país|Lunes, 12 de Enero de 2004
OPINION
Bobbio y la conciencia
Por Gabriel Puricelli*
Para quien ha sido condenado por el tribunal de la historia, que tiene por oficio no ya el de hacer triunfar lo justo sino el de dar la aureola de justo a quien triunfa, no queda otro tribunal al que apelar que el de la conciencia.”
En adelante, la frase de Norberto Bobbio, fallecido el viernes último, será la inspiración para perseverar en la nunca acabada construcción del orden deseado, ese que conjugue igualdad y democracia.
El filósofo italiano eligió dialogar durante toda una vida con otras tradiciones teóricas de cuyo entierro definitivo fue enemigo declarado. La tradición marxista dio en Italia mucho de lo mejor que tenía para dar, pero no sólo porque eligió hacerse carne en los sectores populares sino también porque tuvo un contradictor leal en Bobbio. Al mismo tiempo, en otros lugares del mundo (la Argentina, por caso) los marxistas elegían, por el contrario, encerrarse en capillas en las que no estaba permitida más que una única lectura del Libro.
En Il Manifesto, el diario romano cuyo subtítulo reza “quotidiano comunista”, el pensador Stefano Petrucciani recuerda que la invitación reciente de Bobbio a releer a Marx lo es también a saldar cuentas con la ausencia de una teoría marxista del Estado. En casos como el argentino, esa carencia se hace patente no sólo cuando alguna versión de la izquierda se ve llamada a conducir el aparato estatal, sino en su incapacidad endémica de concebir políticas públicas. En su evocación, Toni Negri nos habla de Bobbio como “el” filósofo de una Turín de los años ‘50 y ‘60 que describe como “capital de Italia”. Luigi Ferrajoli, de cuyas ideas –al igual que de las de Bobbio– se alimentó durante décadas la mejor filosofía del derecho, elige subrayar de éste la idea de que es posible tener derecho sin democracia, pero nunca democracia sin derecho.
Bobbio rechazó la idea del Estado como epifenómeno “superestructural” y concibió la exigencia de poner límites a la tiranía y al arbitrio como una aspiración a preservar más allá de la sociedad burguesa en que ésta naciera. De allí la posibilidad que postuló de la democracia socialista. No reparar en ella llevó a miles de apparatchiks que construyeron un “socialismo” divorciado de la democracia, a una conversión acrítica al capitalismo durante la década pasada.
Bobbio defendió con pasión la distinción irreductible entre izquierda y derecha. Hoy, la demanda de igualdad que distingue a la izquierda es el único bastión desde el que se puede rechazar la homologación mercantilista que se nos propone cotidianamente, con sus consecuencias de diferenciación y disolución societal. Se trata de una demanda cuya pertinencia es inmediata y actual: sólo es deseable el crecimiento económico si se transforma en desarrollo por vía de la redistribución del ingreso.
Para quien ha sido condenado por el tribunal de la historia, que tiene por oficio no ya el de hacer triunfar lo justo sino el de dar la aureola de justo a quien triunfa, no queda otro tribunal al que apelar que el de la conciencia.”
En adelante, la frase de Norberto Bobbio, fallecido el viernes último, será la inspiración para perseverar en la nunca acabada construcción del orden deseado, ese que conjugue igualdad y democracia.
El filósofo italiano eligió dialogar durante toda una vida con otras tradiciones teóricas de cuyo entierro definitivo fue enemigo declarado. La tradición marxista dio en Italia mucho de lo mejor que tenía para dar, pero no sólo porque eligió hacerse carne en los sectores populares sino también porque tuvo un contradictor leal en Bobbio. Al mismo tiempo, en otros lugares del mundo (la Argentina, por caso) los marxistas elegían, por el contrario, encerrarse en capillas en las que no estaba permitida más que una única lectura del Libro.
En Il Manifesto, el diario romano cuyo subtítulo reza “quotidiano comunista”, el pensador Stefano Petrucciani recuerda que la invitación reciente de Bobbio a releer a Marx lo es también a saldar cuentas con la ausencia de una teoría marxista del Estado. En casos como el argentino, esa carencia se hace patente no sólo cuando alguna versión de la izquierda se ve llamada a conducir el aparato estatal, sino en su incapacidad endémica de concebir políticas públicas. En su evocación, Toni Negri nos habla de Bobbio como “el” filósofo de una Turín de los años ‘50 y ‘60 que describe como “capital de Italia”. Luigi Ferrajoli, de cuyas ideas –al igual que de las de Bobbio– se alimentó durante décadas la mejor filosofía del derecho, elige subrayar de éste la idea de que es posible tener derecho sin democracia, pero nunca democracia sin derecho.
Bobbio rechazó la idea del Estado como epifenómeno “superestructural” y concibió la exigencia de poner límites a la tiranía y al arbitrio como una aspiración a preservar más allá de la sociedad burguesa en que ésta naciera. De allí la posibilidad que postuló de la democracia socialista. No reparar en ella llevó a miles de apparatchiks que construyeron un “socialismo” divorciado de la democracia, a una conversión acrítica al capitalismo durante la década pasada.
Bobbio defendió con pasión la distinción irreductible entre izquierda y derecha. Hoy, la demanda de igualdad que distingue a la izquierda es el único bastión desde el que se puede rechazar la homologación mercantilista que se nos propone cotidianamente, con sus consecuencias de diferenciación y disolución societal. Se trata de una demanda cuya pertinencia es inmediata y actual: sólo es deseable el crecimiento económico si se transforma en desarrollo por vía de la redistribución del ingreso.
* Círculo Político-Cultural Enrico Berlinguer.
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