El Estadista n° 54, 1° al 12 de abril de 2012
por Gabriel Puricelli
El 22 de abril, Francia brindará otra ocasión de sopesar cómo impacta en las preferencias de sus ciudadanos el marasmo económico en que se halla la eurozona. Todo parece indicar que, una vez más, la crisis conspirará contra la continuidad en el gobierno de un oficialismo. Si una mirada distraída sugería que el costo sólo lo pagaban socialdemócratas o laboristas, la persistencia en el tiempo de las condiciones desfavorables y de la incertidumbre sobre el futuro de la economía y de las instituciones del estado de bienestar ha permitido constatar que la peor posición de partida para triunfar electoralmente es estar en el gobierno. El último electorado en dar cuenta de esto fue el eslovaco, al desembarazarse de un gobierno de centro-derecha y darle amplio respaldo al socialdemócrata Robert Fico. El desasosiego que provoca una crisis que mantiene en tela de juicio nada menos que a la moneda, objetivación última del proyecto europeo dibujado con tiralíneas por la tecnoburocracia de Bruselas y Frankfurt, no impacta en los ánimos sólo en días de elecciones, sino que provoca cambios dentro de los partidos y dibuja nuevas preguntas en sus centros de estudios.
Empezando por la contienda en tierras galas, las encuestas sugieren, en primer lugar, que se está dando una dinámica poco habitual y, en segundo, que en épocas de dudas sobre el futuro, el poder desgasta (contradiciendo a Giulio Andreotti) también a quienes lo tienen. Por un lado, se insinúa como novedad que algunas placas tectónicas del electorado se han movido de un modo que era difícil anticipar hace algunos meses. A la izquierda de una derecha tradicional (UMP) y un socialismo (PS) que convocarían a menos de un tercio de los votantes cada uno, emergen con una fuerza que no se veía desde el derrumbe electoral del Partido Comunista a mediados de los ´80, el Frente de Izquierda y su candidato Jean-Luc Mélenchon. Los ecologistas sufren la débâcle a la que acostumbran en elecciones presidenciales (el escenario que los favorece siempre son las poco concurridas elecciones al Parlamento Europeo), los socialcristianos (MoDem) resisten con un módico 10% y la ultraderecha del Frente Nacional (FN) atraviesa con éxito el trauma del reemplazo dinástico de su fundador Jean-Marie Le Pen, por su hija Marine.
Detrás de una aritmética sencilla (el 30% del PS y el 14% de Mélenchon empatan con el 30% de Sarkozy y el 14% del FN y en el desempate de segunda vuelta los votantes del MoDem se decantan por la alternancia), se oculta una tendencia a la polarización del sistema político que no se había visto ni en 1981 cuando la izquierda llegó por primera vez en la posguerra unida al gobierno, derrotando a una derecha más centrista que la actual. Dentro de la izquierda se dieron algunos fenómenos entrelazados. La imprevista autoimplosión de Dominique Strauss-Kahn catapultó a la candidatura presidencial a un François Hollande que expresa un talante mucho más socialista que social-liberal. La salida de Mélenchon del PS obligó al partido en su conjunto a abandonar los coqueteos con el centro para minimizar la sangría potencial detrás del histórico referente de la izquierda partidaria. Finalmente, la inesperada gran campaña de éste, con su mítin de “toma de la Bastilla” poniendo ciudadanos en la calle como altri tempi, terminó de escorar hacia la izquierda la competencia en el espacio progresista. En la derecha, el fracaso del cortejo sarkozista a la ultraderecha, expresado en una UMP esmirriada incapaz de absorber el electorado del FN, obligó al presidente saliente a escorar hacia la derecha su campaña, justo cuando Marine Le Pen trataba de darle rostro humano al vetusto pero eficaz poujadismo de su padre. El plan de Sarkozy era gobernar bien a la derecha para absorber un electorado al que se imaginaba huérfano tras la jubilación del veterano de las guerras coloniales de Indochina y Argelia, para poder luchar por su reelección desde una línea más centrista. Nada de eso: mur contre mur. Para el PS, la elección de un presidente socialista por primera vez en 24 años llegará tal vez al precio de resignar la pretensión de monopolizar la izquierda y teniendo que tener muy en cuenta las expectativas y sensibilidades de los votantes llegados de la gauche de la gauche.
Se puede arriesgar como explicación de este cuadro que el poco prometedor futuro que propone el estancamiento económico repone en la izquierda el tema de la justicia social y eclipsa las demandas vinculadas a la calidad ambiental, y refuerza en la derecha el repliegue identitario, que ve extranjeros en los franceses de pieles más oscuras y también en las élites de los salones parisinos.
El signo que impera desde el Atlántico hasta el Egeo es el de la precariedad. La crisis provoca derrumbes, pero rápidamente erige barreras a quienes se benefician de ellos. Pruebas al canto: el Partido Popular español no había pasado 100 días en el gobierno, en medio del ajustazo y la protesta, que se encontró con unos andaluces y unos asturianos indispuestos a regalarle los emblemas de una nueva hegemonía electoral. En Andalucía, el PSOE se erosionó en proporción casi idéntica al crecimiento de la expresión local de la Izquierda Unida, que duplicó sus votos respecto de la anterior elección autonómica y se apresta a gobernar en coalición son sus primos socialistas, del mismo modo que lo hace en decenas de municipios de la comunidad del Mediterráneo. En el Cantábrico, la derecha se encontró sin mayoría en el legislativo local después del voto de los asturianos: a la hora en que esto se escribe está abierta la posibilidad de que el ex-número dos del ex-presidente José María Aznar pierda el gobierno del principado cuyos emigrantes (esos cuyo voto le birló una banca decisiva a la derecha) han definido la gastronomía argentina.
Pero decíamos que la omnipresencia de la incertidumbre económica, en la vida y en el pensamiento no sólo sobredetermina elecciones, sino que redefine estrategias partidarias y empuja la aparición de nuevas ideas y debates. En efecto, el mes pasado el Partido Laborista (PvdA) holandés eligió a un popular activista proveniente de Greenpeace como nuevo líder, la primera vez en décadas en que se anima a abandonar un confortable centrismo para ensayar un giro a la izquierda que detenga la fagocitación de su base por al menos otros tres partidos (ecosocialistas, ex-maoístas y liberales de izquierda) que lo superan hace años en capacidad de innovación y radicalidad. Diederik Samson podrá restaurar la salud de su fuerza o asistir a un histórico hecho que encuestas de principios de año dan como posible: que los ex-maoístas del Partido Socialista (SP) se transformen en la primera fuerza del parlamento de La Haya.
Por último, Policy Network, el think tank británico inspirado por Anthony Giddens y su “Tercera Vía” viene impulsando una refundación internacionalista de la izquierda europea, alertando contra la pervivencia del paradigma neoliberal una vez que la crisis se supere. Sin renegar de, pero sin insistir tampoco en la receta de Tony Blair y Gerhard Schröder, dos de los investigadores del centro de estudios, Olaf Cramme y Patrick Diamond, llamaron desde las páginas de El País de Madrid a la audacia conceptual como único camino para la supervivencia de una experiencia socialdemócrata significativa en el ralentizado Viejo Mundo.