jueves, 8 de diciembre de 2011
Una agenda para el re-estreno de CFK
Once desafíos para Cristina
Rolling Stone (edición argentina) n˚ 164
por Gabriel Puricelli
Gobernar es también crear las condiciones para seguir gobernando. El kirchnerismo lo supo siempre. Ese mandato le viene de sus entrañas, donde (para bien y para mal) hay un hambre de poder que lo ha mantenido siempre alerta. A las puertas de un tercer mandato, no hay quien dude de ello. Menos claro resulta que tenga en su ADN un proyecto de país. Heredó de Roberto Lavagna un marco de política económica, centrado en un peso estable frente al dólar y competitivo para favorecer las exportaciones y la sustitución de importaciones, al que no le ha hecho demasiados cambios, por más que se le hayan aflojado las tuercas. Gobernó con una lógica de emergencia que limitó la toma de decisiones y la puesta en marcha de medidas a una conducción de pocas personas. No importó que una gran parte de la burocracia estatal esté calificada para la implementación de políticas más sofisticadas y no sólo para cobrar a fin de mes un “Plan Trabajar Plus”, como se dice en los pasillos de algunos ministerios.
Nos aprestamos a vivir bajo la segunda presidencia de CFK. El escenario político se presenta despejado. Tanto como en las ocasiones en que el kirchnerismo mostró su tendencia a los errores no forzados, como la valija de Antonini o la batahola de San Vicente, por decir dos que se grabaron en la memoria. Porque el kirchnerismo osado, el de las iniciativas que con más énfasis reivindica, es el que se defendió con su mejor ataque, enancado en causas que esperaban al gobierno que las pusiera al tope de la agenda. La sociedad civil peleó durante décadas por la democratización de la comunicación social, por la igualdad ante la ley para las parejas del mismo sexo: el kirchnerismo supo construirse una legitimidad inscribiendo en la ley esas luchas, como de arranque (y de arrebato) lo había hecho con la anulación de las leyes de impunidad. Plebiscitado en 2007, arrancó a los tropezones. Desahuciado en 2009, desató un contraataque mortífero.
En diciembre empezarán cuatro años más de gobierno kirchnerista. Tras los mandatos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, una compacta mitad (y contando) de la ciudadanía que vota encontró razones para seguir por el mismo camino. El recorrido empezó remontando vigorosamente la cuesta de la crisis en que casi se disuelve la Argentina apenas empezado el siglo. Sin mirar atrás, ni a los costados. Con la gobernabilidad en jaque por el origen débil del mandato del Lupo (¿Lupín, como en la historieta, o lobo, como en la lengua del Dante?) y con una economía que no se sabía si se terminaba de poner en pie o se desbarrancaba, hubo que movilizar adhesiones desde valores que no fueran materiales. Así, Kirchner restauró con decisión el prestigio de la Corte Suprema de Justicia, además de embanderarse con el juzgamiento del terrorismo de estado. Tampoco reparó en modales para reconstruir la autoridad estatal, calmando la ansiedad de muchos de saber quién mandaba. Con tanto discurso épico tronando desde 2008, se nos hace cuento que el saldo del gobierno de Néstor Kirchner fuera más que nada esos logros en el plano del derecho y los superávits gemelos en el fisco y en el comercio exterior. Porque la indigencia encontró un límite en las asignaciones para la niñez y para las embarazadas, y en jubilaciones para los hasta hace poco excluidos de la seguridad social, pero eso vino bajo el apremio de la debilidad de la Cristina temprana y del sopapo electoral de junio de 2009. El desafío a la ley no escrita que decía que los gobiernos electos sólo sobrevivían pocos días ante una andanada de tapas de diarios desfavorables, con una ley escrita, terminó de cimentar el respeto por la intrepidez del kirchnerismo para salirse de entre las cuerdas.
La mitad del electorado que no ha apostado a que CFK siga carece de unanimidad de motivos para rechazar el kirchnerismo. Hay razones para impacientarse con el ritmo y para sentirse insatisfecho con la profundidad de los cambios. Para demandar un ejercicio del poder menos concentrado y un espacio de deliberación coloreado por algo más que el blanco y el negro. Protestan quienes no admiten que la eficacia política no se pueda separar de la corrupción y se indignan quienes perciben que el gobierno promueve o practica esa combinación viciosa. Hay, a contramano de las razones anteriores, minorías descolocadas por los cambios, que no se refugian sólo en el confort de los poderes fuertes, sino que anidan también entre quienes sufren el agravio relativo de que otros más pobres se le hayan acercado en la escala social. Aquí, once cuestiones clave a resolver en el segundo mandato que ha recibido de la ciudadanía Cristina Elisabet Fernández.
1. Sacar al elefante de la habitación: bajar paso a paso la inflación que carcome los ingresos de los muchos que no tienen quién los defienda si el gobierno no se acuerda de ellos, es la decisión que esperan de un segundo mandato de CFK los que votaron por ella y los que no. El poderío de los gremios ha puesto al amparo de la plaga a los trabajadores registrados, pero los que crean riqueza a cambio de un ingreso en negro y los beneficiarios de las asignaciones por hijo y por embarazo sufren con los dientes apretados el encogimiento mensual de sus posibilidades. ¿Tanta vituperación de la teoría del goteo (los que exageran dicen “derrame”) para terminar apostando a que se llene el vaso por simple crecimiento? No hay capricho individual de ningún funcionario que siga justificando esta omisión, menos aún en un gobierno que asume con fuerza renovada y manos libres.
2. Argentina no cabe en un poroto: un poco de actualización doctrinaria no vendría mal. Un correcto graffiti modelo 2011 se leería liberación o dependencia de un único paquete tecnológico en la producción agraria. La tierra se puede volver un recurso no renovable si no cede el culto a santa sojita. Este año, se plantó esa semilla en el 57% de toda la superficie implantada con granos en el país. El salto tecnológico que puso a Argentina en las gateras de la carrera por alimentar al continente asiático en ascenso empezó a rendir su máximo potencial en el momento en que el país rodaba barranca abajo. Las retenciones fueron la opción a mano para captar la parte de la renta extraordinaria que era necesaria para financiar un estado en reconstrucción. Sin embargo, la amenaza de la maldición de los recursos pende sobre una tierra que no puede renovar su fertilidad si la esteriliza el monocultivo con una semilla transgénica protegida con glifosato. El próximo salto será hacia un uso diversificado de la tierra, fijando nutrientes y poblaciones humanas, o será el último antes de la desertificación y el éxodo total hacia ciudades hacinadas. Aun sin hacer nada, el precio internacional de los granos puede bajar un poco, sin que nadie tenga que rematar su Hilux. Pero sin segmentar retenciones, sin una nueva ley de arriendo, no van a estar buenas ni Buenos Aires, ni Rosario, ni Córdoba, ni ninguna gran ciudad. La población capaz de vivir de la tierra y de los servicios a los que la trabajan puede crecer bajo nuevas condiciones, sin lanzarse a la desventura del desarraigo.
3. ¿Contra la pobreza o también por la igualdad? La seguridad social debe garantizar un ingreso ciudadano universal, una renta por ser parte de la sociedad, además de la jubilación para todos y las pensiones para quienes las necesitan. El financiamiento sostenible para garantizar ese derecho no puede cargarse sobre las espaldas de quienes tienen un empleo registrado, sino que debe provenir de impuestos progresivos pagados por todos en proporción a su riqueza y empleo, y de la captura de (otras) rentas extraordinarias como las del petróleo y la minería. La agenda del Frente Nacional contra la Pobreza no se resume en la generalización de las asignaciones familiares.
4. Inventarse una inserción en el mundo que no sólo aproveche oportunidades, sino que las cree: los precios de lo que Argentina puede exportar crecen más que los de lo que necesita importar. Hace varias generaciones que esto no era así y el país se ha beneficiado y seguirá beneficiándose de ello. No se puede perder un solo día sin perseguir la innovación que nos permita seguir teniendo términos de intercambio favorables cuando esta tendencia se agote, al alcanzar China e India su “velocidad de crucero”. Bienes de nicho, innovadores, con impacto ambiental neutro pueden ser el resultado de un sistema nacional de innovación que se proponga inventar sus propias condiciones de éxito, para que Argentina no esté condenada a disfrutar o sufrir según el borneo de los vientos. Capitalizar los avances en la política científica y tecnológica no es hacer rendir los recursos del suelo y el subsuelo, sino imaginar mundos en los que rinda más la inventiva que anida en las cabezas argentinas. Vender diseño de productos, tanto más que productos; potenciar al máximo la exportación de tecnología de punta concebida en el país, como en el caso de los reactores nucleares experimentales vendidos hace poco a Australia: exportaciones como esas tienen que alcanzar un dinamismo parecido al de las de bienes de origen agropecuario.
5. Hacia un MERCOSUR y una UNASUR sin egoísmos nacionales: no abusar más de los socios menores, brindando ya condiciones justas, por ejemplo, para el comercio de energía entre Paraguay y Uruguay; acordar con Brasil una postura común para la reforma de la ONU que no impida la proyección sudamericana en la lenta pero inexorable reestructuración del poder mundial; transformar Malvinas en un interés sudamericano positivo, educando pacientemente al mundo respecto de las consecuencias incruentas pero inevitables de la emergencia de América del Sur como un polo de poder con una política de uso y defensa de los recursos naturales, y de la declinación de un Reino Unido que tiene que sacrificar recursos de su estado de bienestar para mantener una avanzada imperial sin imperio. Hay que dejar de agitar una banderita y anunciar que las Malvinas se alejan solitas de Londres cada día que crece América del Sur.
6. Completar una reforma de las fuerzas de seguridad, para desterrar las formas de ilegalidad que deterioran la vida social: el crimen organizado, el proxenetismo, la trata de personas, el narcotráfico no van a dejar de existir porque se reforme la policía federal, pero sólo pueden seguir progresando a paso firme si mantienen colonizadas partes del estado. Avanzar en este camino obliga a abandonar el populismo penal, por más Blumbergs que puedan tocar en suerte. El nuevo gobierno y (claramente en este caso) la oposición tendrán que ser consecuentes con los términos del Acuerdo de Seguridad Democrática. Eso implica perseverar en la limpieza, el mejoramiento del equipamiento y las condiciones de trabajo de los agentes de seguridad, sin desviarse ante presiones mediáticas circunstanciales por delitos puntuales. A esta altura debería haber quedado claro que “mano dura” quiere decir “cazar perejiles”. En el punto de llegada de una reforma seria, ciudadanos y fuerzas de seguridad tendrían que recuperar la confianza mutua para hacer cada uno su parte en el cuidado del lazo social, sin el cual sólo existen zonas de ilegalidad de distinta intensidad de gris.
7. Imponer la legalidad en el mundo del trabajo: el empleo en negro sigue incólume después de ocho años de crecimiento económico casi continuados. Los principales creadores de legalidad deben ser trabajadores a los que el estado les garantice la defensa de sus derechos, no sólo unos inspectores que nunca (aun si son los mejores) alcanzarán. El derecho a la organización sindical libre, dándole a la Central de Trabajadores de la Argentina y a toda otra entidad que lo reclame la posibilidad de organizar, concertar, demandar, es una decisión que sólo una realpolitik de cortas miras puede rechazar. El estado tendrá que acompañar también con el estímulo para que la pequeña producción y las actividades nacientes puedan compatibilizar su éxito con el respeto absoluto de los derechos de quienes las ponen en marcha. Una medida concreta (nunca la única, por cierto) de la “felicidad del pueblo” es el desempeño de un trabajo decente.
8. Retomar la agenda de la calidad institucional: si Argibay, Highton, Zaffaroni, Petracchi, Fayt y Lorenzetti a la cabeza del Poder Judicial inspiran confianza de que se imparta justicia sin mirar a quién, Oyarbide y tantos otros se siguen encargando de espiar por detrás de la venda. No basta con que las pocas causas que llegan hasta la cima del sistema tengan sentencias correctas: la multitud de causas que llegan a los jueces inferiores merecen justicia también. Los cambios en la cabeza del Poder Judicial de hace ocho años se vuelven espejismo si no mejora dramáticamente el acceso a la justicia y si no se garantiza que ésta sea ciega a la condición social de los ciudadanos que acuden o son llevados ante un tribunal. Hay que devolverle credibilidad al Consejo de la Magistratura, resignando el predominio gubernamental en su composición.
9. Restaurar la credibilidad de las estadísticas y la dignidad de los profesionales del INDEC: el bochornoso fracaso de la manipulación de las estadísticas como herramienta de “política económica” no deja lugar para otra cosa que no sea empezar de nuevo y obliga a reparar el daño causado a la carrera y a la vida de cientos de profesionales trabajadores del estado. A la gestión Moreno se le escurre el dinero público entre los dedos: con la excusa de trampear para pagar menos por los cupones de deuda atados a la inflación, se termina licuando el poder de compra de las jubilaciones y asignaciones y, encima, pagando de más los cupones de deuda atados al crecimiento. En el INDEC hay profesionales damnificados que deben ser reivindicados, pero todo el país necesita volver a contar con diagnósticos fiables del estado demográfico, social y económico del país. Una planificación estratégica indicativa para saldar la deuda social y recuperar el atraso relativo del país se tiene que apoyar en un INDEC veraz, competente y transparente. De eso depende también el entero sistema de investigación social universitario y de la administración central. Sin la información de indicadores confiables, gobernar es como manejar una nave con los ojos cerrados.
10. Establecer una política ambiental: el cuidado del medio ambiente fue hasta ahora la cenicienta de un desarrollismo sui generis que sólo pensó en criterios ambientales para hacérselos cumplir a un país vecino. Una política industrial que tiene como ícono al auto está en fuerte contradicción con las posibilidades de poner en práctica un modelo que compatibilice quemar etapas de industrialización y diversificar la economía con la mitigación del cambio climático. El deterioro de la calidad de vida urbana y la desertificación que tiene a La Pampa en estado de desesperación son dos caras de una misma moneda: una trayectoria de crecimiento que se basa en el aprovechamiento de la capacidad instalada de una industria que provoca grave daño ambiental. El ambiente no debe cuidarlo una secretaría de estado sin dientes, sino que hay que dar un mandato fuerte para que su cuidado atraviese transversalmente las políticas industrial, agropecuaria y científico-teconológica.
11. Completar la agenda de los derechos civiles: el kirchnerismo sabe cuán virtuosa fue la articulación de sus necesidades de legitimación como gobierno con la agenda que distintos movimientos sociales fueron delineando para ampliar las libertades y hacer avanzar las fronteras de la ciudadanía. Tal vez los puntos que quedan pendientes en esa agenda no sean los más difíciles de satisfacer, pero sí son los que más ponen en tensión la cultura política del partido gobernante. Al igual que con el matrimonio entre personas del mismo sexo y en la anulación de las leyes de impunidad, el gobierno podrá contar con el apoyo de la segunda fuerza (y de otras menores, más a su izquierda o más libertarias) para darle a la Argentina leyes que autoricen la interrupción voluntaria del embarazo y la muerte digna, y despenalicen el consumo de drogas.
[Este párrafo no apareció en RS] Se nos puede haber escapado aquí algún asunto pendiente, pero es difícil sostener que alguno de los que señalamos deba ser omitido. No hay que olvidar tampoco que los argentinos, aún cuando se inclinan por la continuidad, tienden a darle a su voto una intención constituyente. El que la ignora arriesga ser descarte en la próxima ronda electoral, si la paciencia alcanza para llegar allí. El 10 de diciembre se inicia una gestión que está casi idealmente despojada de obstáculos: depende del equipo político que va a liderarla decidir si ese terreno despejado se va a sembrar con futuro o si sólo se le va a extraer una renta por cuatro años.
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