jueves, 27 de agosto de 2009

Que la maldad muera con ella

Nos permitimos un deseo ingenuo, ahora que la naturaleza se encargó de una de las voceras más encarnizadas y furibundas de la cacería humana desatada por la Triple A y la dictadura. El house organ de la (¿ex?) oligarquía la recuerda recoleta y brevemente en el anticipo que leerán más abajo. No la vamos a extrañar. Siempre nos vamos a acordar de lo que hizo y de lo que ayudó a hacer. Ella, que decía creer en el cielo y en el infierno, seguramente estará sorprendida del calor que hace en el lugar al que llegó anoche.


Dirigió el diario La Nueva Provincia
Falleció anoche Diana Julio de Massot
Miércoles 26 de agosto de 2009

Anoche, al cierre de esta edición, se conoció la muerte en esta ciudad de la señora Diana Julio de Massot, directora honoraria de La Nueva Provincia, de Bahía Blanca, diario que fundó su abuelo, Enrique Julio, en 1898, y que ella condujo como directora desde 1956.

De fuerte personalidad, Diana Julio tuvo una trayectoria importante en la vida nacional. En 1959 integró la comitiva que acompañó al presidente Arturo Frondizi a EE. UU. Participó en 1962 en la fundación de la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (ADEPA), donde tuvo decidida actuación en la Comisión de Libertad de Prensa. También ocupó cargos directivos en la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP). Bajo su conducción, el diario debió soportar sin doblegarse duros embates e incluso ataques armados. Tuvo valiosos premios, como el Maria Moors Cabot, de la Universidad de Columbia.

En 1995 estuvo al filo de la muerte por un accidente automovilístico. Ultimamente padecía un cáncer. Hoy, a las 14.30, se oficiará una misa en el cementerio Jardín de Paz, en Pilar. Sus restos serán cremados para ser trasladados luego al cementerio de Bahía Blanca. LA NACION publicará mañana la correspondiente nota necrológica.

lunes, 3 de agosto de 2009

Los cuatro increíbles


Miradas al Sur
Domingo 3 de agosto de 2009
Los cuatro y la foto incombustible
por Gabriel Puricelli

La elocuencia de las imágenes es un lugar muy comúnmente visitado. Su valor diferencial respecto de la palabra, su capacidad de condensar significados, de decirle a aquel que mira mucho más de lo que una larga argumentación lograría transmitir es una idea que aprendemos a aceptar desde que nacemos. Las miradas que se pueden echar a una foto son tan diversas, que pocas personas públicas se atreven a improvisar respecto de qué foto se dejan sacar, ni desperdician la oportunidad de salir en una que los vaya a favorecer. La foto no siempre es justa con quien la protagoniza y no siempre es éste consciente de estar siendo seguido por un lente, ni de que una cámara se apresta a capturar ese gesto, ese rictus, ese ademán que tendrá un derecho a la inmortalidad del que los humanos no gozamos. La falta de cautela, la vigilancia de los otros, el voyeurismo ocasional son a veces los únicos y azarosos conductos hacia la posibilidad de sobrevivirnos que existen. Nos acechan para desfavorecernos, tanto como están a mano para que podamos dejar alguna huella detrás. Dan lugar a la manifestación de la banalidad o ponen en evidencia pensamientos y los transforman de pronto en legibles. La experiencia del turista administrada por los guías se puede entonces fraccionar en Kodak moments y la acción del personaje objeto del marketing de campaña pública puede ser vista en parte como una sucesión de photo opportunities.

En muchos casos, la improvisación, el genio inasible que dispara el obturador en el momento exacto en que una escena está más cargada de significado, está sin saberlo al servicio de una estrategia que no es en nada improvisada.

Algo de esto nos cuenta el elocuente retrato de los líderes de las patronales agropecuarias que tanto circuló en medios gráficos y electrónicos de esta semana. Nada le resta al mérito del inspirado reportero gráfico que la obtuvo, el hecho de que se trata de una imagen cuya carga de significado es totalmente intencional. Retrata una unidad entre agremiaciones de propietarios que la historia sugería que no podría durar lo que ha durado, a pesar de los intereses dispares que cada una de las siglas defendieron a lo largo del buen siglo de historia que tienen algunas de ellas detrás. Destaca unos pechos henchidos que siguen alzando estentóreos un reclamo corporativo que no varía con los cambios que ha tenido en el pasado año y medio la situación económica del país y del mundo. Muestra a cuatro jefes siguiendo al unísono una partitura que escanden afinados, en un momento en que varios de los sectores que fueron unidos a las elecciones se ahogan en una cacofonía de voces disonantes. Refleja la confianza de quienes se han convencido de que la mayoría de los votos que el 28 de junio se opusieron a las listas patrocinadas por el gobierno han pasado a engrosar sus propiedades.

En cada rostro se puede escrutar un pensamiento íntimo distinto. La felicidad de un Hugo Biolcati que siente que no sólo es dueño de casa, sino que se solaza en saber que la suya es ahora una en la que se sienten a gusto algunos enemigos de antes. El orgullo de un Mario Llambías que sabe que el espíritu de clase ahora se puede llevar en público con desparpajo. El desafío de un Eduardo Buzzi que saca pecho ratificando su decisión de mantenerse en compañía de viejos enemigos para enfrentar a uno nuevo. La lucha íntima en un Carlos Garetto que trata de no desentonar con el gesto fiero de sus colegas, pero decidido a mantener el perfil más bajo de todo el cuarteto.

En este mundo de la revolución digital, el difundido uso de ese soporte hace imposible borrar la huella que la fotografía registra. Por el contrario, esa huella se multiplica y se proyecta en miles de retinas, pero -sobre todo- queda grabada en miles de discos rígidos. Alguno que está en esa foto y no debería, haría bien en percatarse de que ya no está disponible la estrategia que, en el mundo analógico, hacía borrón y cuenta nueva con un sencillo e imperativo "¡quemá esa foto!"