OPINION
El secuestro y la liberación, actos de un drama de profundas implicancias humanas y políticas, pueden ser vistos también como elementos de un espectáculo en formato televisivo en el que se construyen heroísmos y en el que se convoca a los espectadores a la admiración y a la compasión. La bienvenida libertad que acaba de recuperar Ingrid Betancourt puede ser vista desde este ángulo, elegido de entre muchos posibles, a sabiendas de que otros escritos ayudarán a completar el análisis del fenómeno en todas sus dimensiones.
Hay una heroína, construida a partir del muy real sufrimiento de alguien a quien se priva de la libertad y de la condición de candidata presidencial colombiana y de la doble ciudadanía colombiana (de nacimiento) y francesa (de casamiento), que la transforman en depositaria de la compasión de la opinión pública de dos países separados por un océano. Estas dos circunstancias hacen de ella un rehén muy distinto de esa Aída Duvaltier muerta en cautiverio en la misma cárcel-selva de quien poco se ha escrito por no tratarse de un personaje espectacularizable: no fue candidata a presidente de su país, Francia, ni gozaba de los contactos que una vida en la diplomacia colombiana le dieron a Yolanda Pulecio, la ex embajadora y madre de Ingrid. En su reciente libro sobre el caso, Ingrid Betancourt, par délà les apparences (Más allá de las apariencias) el especialista francés Jean-Jacques Kourliandsky subraya este contraste para criticar la aproximación a este caso adoptada por el gobierno francés, por basarse más en consideraciones de ganancia política doméstica que de eficacia diplomática: ciudadanos de diversas nacionalidades siguen en manos de las FARC y no han sido abandonados por sus respectivos gobiernos, que urden intentos de negociación lejos de las cámaras de TV. Nunca podrá saberse qué parte de la duración del cautiverio de Ingrid habrá que atribuir a la opción de dejar de lado la discreción.
Sí se sabe, por el contrario, quién es el héroe masculino de este guión. Impulsado por una ética de los fines inconmovible, una muy prolija tarea de inteligencia (que ya habíamos visto en uso durante la incursión en territorio ecuatoriano para ejecutar a Raúl Reyes y otros cuadros de las FARC) en la que es visible una mano extrarregional, Alvaro Uribe pudo esta vez ahorrarse los peores medios que está dispuesto a usar para imponer una solución militar al conflicto político-económico con la longeva guerrilla. Tiene en sus manos un capital político enorme que su uso de la escena televisiva le ha permitido multiplicar. Y lo va a usar para esos fines, que son escudarse de las investigaciones sobre la parapolítica que lo cercan, torcer la constitucionalidad para buscar una segunda reelección presidencial y plebiscitar la validez del “imperialismo por invitación” que ha traído a América del Sur, para imponer a los conflictos la razón de las armas.
Una fuerza en bancarrota ideológica y política que le aporta todo su desprestigio al adjetivo “revolucionarias” es la que tiene in extremis la posibilidad de hacer una opción por el camino de la paz, el que ha desandado en la legalidad, con éxito creciente, el Polo Democrático Alternativo. Uribe tiene desde anteayer toda la munición que necesita para alcanzar sus objetivos militares: sería de uribistas ¿involuntarios? pavimentarle el camino hacia una victoria política.
* Cocoordinador del Programa de Política Internacional, Laboratorio de Políticas Públicas.
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