Un amigo y habitual lector de este sitio, al que llamaremos pseudónimamente Franz-Viktor Schmitt, para que no sufra consecuencias indeseadas de haber escrito lo que sigue, se mete de lleno en lo que él llamaría la dra-má-ti-ca coyuntura. El politólogo del norte, que tanto puede ser del Süd Tirol italiano o del NOA, se ensaña con las visiones simplistas y nos regala el cinismo clásico de los de su profesión/confesión.
Con esta nueva crisis en la Argentina, una mirada posible es que se vive la cristalización del conflicto o crisis de clase. Hay dos clases: los propietarios de los medios de producción y el resto que es el proletariado. Weber no tenía razón. Es evidente, como gusta decir a los sociólogos, que sólo hay dos clases, que el mundo de hoy se sigue dividiendo en una díada antinómica entre propietarios y no propietarios de los medios de producción, a su vez este antagonismo de intereses trae aparejada una irremediable crisis que se expresa ahora en la argentina en la pelea campo vs. gobierno, y que más temprano que tarde acabará en un cisma que echará abajo, como los dos aviones, las torres gemelas, el modo de producción de bienes imperante.
En este certero esquema, simplificado a los efectos de no citar, citar, citar y tratar de decir algo, una clase es (ni siquiera se niega a sí misma, creo), la propietaria, la del campo, la que tiene el campo, “las vaquitas” (como dijo la Presidente). La otra, es el gobierno, que vendría a ser entonces la más acabada representación del proletariado. Habrá una crisis final, hacia eso nos encaminamos, y esto comienza con la aplicación de la ley de abastecimiento, dice Bonelli, para frenar el vaciamiento de góndolas y anaqueles y termina en expropiación y reforma agraria à la Salvador Allende. Cristina Fernández, trasandinamente, será la Allende argentina.
La dirigencia revolucionaria, está encabezada por Hugo Moyano, un irreprochable líder popular de la creciente clase obrera argentina y Luis D’Elía, que en las últimas 48 horas hizo las declaraciones más claras y lindas que haya escuchado. Siguen en la lista los siguientes nombres: el ex motonauta Scioli, el ex gobernador Cobos, el ex ministro Lavagna, el ex secretario, precisamente, de Ganadería y Pesca Felipe Solá, el ex presidente Kirchner que ya convocó a las fuerzas a concentrarse en Parque Norte y siguen las firmas. Todos ellos, parte de lo que se vislumbra como el próximo gobierno revolucionario que se apresta a dar la batalla final contra la burguesía, sólo expresada en la burguesía agro-exportadora, pero que sintetiza toda la burguesía argentina que como bien sabemos permite la democracia como forma de engaño para el proletariado.
Cabe señalar que siguiendo esta lógica, esta vez les salió mal: el juego del engaño acabó por darle el poder a una corporación que defenderá hasta las últimas consecuencias, y con éxito, los intereses de los no propietarios de los medios de producción.
Los estrategas, ya no los que suscriben, sino los estrategas de esta entrañable gesta popular son ni más ni menos que la propia Presidente, que discute con gente de talla Sarlo para arriba, desde el Salón Blanco, desde el congreso o desde el escenario por los 20 años de Moyano al frente de Camioneros, y libra la batalla intelectual del gobierno popular contra los intelectuales del Antiguo Régimen. También forman este Dream Team revolucionario el mejor no-ministro de economía de todos los tiempos, el magister Lousteau, cuya cara denota que hay algo con mal olor en todo esta historia. Los Ministros de Justicia y el Jefe de Gabinete de Ministros, éste último con un tropezón (que, como sabemos, no es caída) en las filas del cavallismo allá, lejos, por el 2003 y compartiendo lista, un lugar abajo si mal no recuerdo, con la actriz Elena Cruz. No sólo el ministro Aníbal F cuenta con una larga historia, inclaudicable por cierto, de coherencia revolucionaria, es parte de esta gesta histórica también el vapuleado arquitecto de Vido.
En medio del temporal, aparecen otras dos variables difíciles de meter en el esquema antedicho. Pero intentaré la heterodoxia. Este tercer sector, tiene en su tropa un elenco de lujo. A saber: el ingeniero Macri, la doctora Carrió, el ufólogo Alberto Rodríguez Saá que por si acaso fallan o caen los ya mencionados en la pelea estelar (gobierno-campo), nos aseguran el nivel de debate y la cristalización de toda esta historia, que es la dialéctica, el libro rojo, el materialismo histórico, la lucha de clases, los propietarios, la distribución del ingreso, la economía buena y la economía mala, la distribución de la renta o la victoria de los poderosos, la democracia buena y la democracia mala, la que nos gusta, la que no nos gusta, la pobreza, la marginalidad, el dólar alto, el dólar bajo, los piqueteros, los espontáneos benditos, los periodistas independientes, los Feinmann, el bueno y el malo, el editorialista que escribe bien y piensa mal, el que piensa pero no tiene ganas, el que está jugado con ser crítico, el de tono solemne y palabras medidas, el que le explica a la gente de a pié, a los espontáneos, lo que de otro modo no entenderían… buuuuh! El materialismo histórico que alguna vez tendrá razón, el capitalismo que no se termina, pero un día será su propio sepulturero, la economía en recesión, el país que siempre se termina pareciendo al Irak de turno, la pelea por quien grita más fuerte, la cronista que grita fuerte que llegan los negros y usa el eufemismo de piqueteros, el himno en Parque Norte que no calienta nada, la tribuna de impostores, los argentinos.
Carl Schmitt, nos enseña que una manera de pensar la coyuntura política, que para el alemán tiene preeminencia sobre la economía, es pensar en una díada distinta a la propuesta por Marx, la dicotomía, la antinomia es la división entre amigo y enemigo. Y una pregunta ordenadora nos puede decir mucho también, la pregunta es ¿quién decide? No sabemos al día de la fecha quien se impondrá. Pero tal vez si pueda decirse que junto a la lucha de clase que está presente en el conflicto estelar entre gobierno y “campo” está cuanto menos acompañada de amigos políticos y enemigos políticos. Son los dos grupos de intereses los que intentan tener preeminencia en la decisión política, bajo la actual coyuntura.
Como dice el eterno presidente de la Asociación de Fútbol Argentino, Don Julio, todo pasa y en cuestión de días veremos quién de los dos o de los tres es el que se impone al menos parcialmente sobre el otro. Cierto es que la legitimidad de los votos es irrefutable y el gobierno no necesita presentarse como gobierno revolucionario para poner en práctica lo que le es dado, esto es: decidir, tomar decisiones.
A ver si nos entendemos, gobernar es decidir, entre otras cosas. Pero también es cierto que la democracia supone que el debate sobre lo legítimo y lo ilegítimo siempre está abierto, es parte del juego democrático, en donde el lugar del poder también siempre permanece en discusión. Entonces la necesidad de consenso, está sujeta, está atada naturalmente a la correlación de fuerzas de cada sector, de cada grupo. Para decirlo académicamente: depende de quién la tiene más grande. Para ello se invocan consignas muchas veces falsas de ambas partes.
En el medio no está la población, no está el pueblo. No hay medio, no hay buenos, ni malos: hay amigos y enemigos.
domingo, 30 de marzo de 2008
viernes, 7 de marzo de 2008
La Octava Pasajera...
Parece que así están las cosas entre los demócratas después de Texas y Ohio. Mientras tanto McCain empieza su paseo ¿triunfal? en la Casa Blanca recogiendo el apoyo del pato rengo de turno.
lunes, 3 de marzo de 2008
La paz, el bien común a defender
La decisión del Presidente Álvaro Uribe de dinamitar los puentes que puedan conducir a una (inevitablemente trabajosa) solución política al conflicto armado interno en Colombia, encontró en la respuesta del Presidente de Ecuador, Rafael Correa, la respuesta exacta en términos de firmeza y de claridad para no dejarse arrastrar hacia una lógica de guerra. El ingreso de tropas colombianas en territorio ecuatoriano rompe con doce años de paz regional en los que ningún estado había disparado contra un vecino y apunta al corazón del logro sudamericano más preciado en un mundo plagado de conflictos. Correa empleó con agilidad y decisión los mecanismos diplomáticos, dando amplio margen para el involucramiento inmediato de sus colegas de la región, desde Michelle Bachelet a Lula, y de los cancilleres y funcionarios de organizaciones multilaterales, de Jorge Taiana a José Miguel Insulza, para una rápida détente y una solución dentro del marco de la diplomacia regional.
Nada hay por ganar sumándose a la lógica infernal de guerra que sugieren los asesores estadounidenses del Plan Colombia. El conflicto colombiano mismo es prueba definitiva del fracaso de la Ley del Talión: no habrá paz si no se remueven las condiciones políticas y sociales que hicieron posibles a las FARC y no hay retorno a la estabilidad regional si la mayoría de los gobiernos sudamericanos no dejan establecido con claridad lo inaceptable de la injerencia extranjera bajo pretexto de la "guera contra las drogas" y se remueven las condiciones que han permitido a la "parapolítica" hacerse del control del actual gobierno en Bogotá. La región debe ser unánime en su esfuerzo por sacar el conflicto colombiano del contexto de una guerra ajena y nadie debe dejarse tentar por reemplazar las razones por balas.
La propia Colombia, en la que se consolida la izquierda legal del Polo Democrático Alternativo como principal oposición a la derecha parapolítica uribista, está generando las condiciones para alcanzar en el mediano plazo una desmovilización, al menos, de los que siguen en la selva por razones argumentables políticamente. Poner el reloj a correr hacia atrás aceptando la provocación, sería destruir esas condiciones nacientes y demoler aquellas que hicieron posible una década larga de convivencia interestatal pacífica. No puede haber lugar a equívocos en esto: del mismo modo en que el senador colombiano Gustavo Petro, veterano del M-19, reclama desterrar la combinación de formas legales e ilegales de lucha a las fuerzas políticas y sociales dentro de su país, es necesario que los estados sudamericanos descarten de plano otra vía que no sea la resolución pacífica de esta controversia. El otro camino es el inaceptable y suicida que ha tomado Uribe.
por Gabriel Puricelli
Co-coordinador, Programa de Política Internacional, Laboratorio de Políticas Públicas
Nada hay por ganar sumándose a la lógica infernal de guerra que sugieren los asesores estadounidenses del Plan Colombia. El conflicto colombiano mismo es prueba definitiva del fracaso de la Ley del Talión: no habrá paz si no se remueven las condiciones políticas y sociales que hicieron posibles a las FARC y no hay retorno a la estabilidad regional si la mayoría de los gobiernos sudamericanos no dejan establecido con claridad lo inaceptable de la injerencia extranjera bajo pretexto de la "guera contra las drogas" y se remueven las condiciones que han permitido a la "parapolítica" hacerse del control del actual gobierno en Bogotá. La región debe ser unánime en su esfuerzo por sacar el conflicto colombiano del contexto de una guerra ajena y nadie debe dejarse tentar por reemplazar las razones por balas.
La propia Colombia, en la que se consolida la izquierda legal del Polo Democrático Alternativo como principal oposición a la derecha parapolítica uribista, está generando las condiciones para alcanzar en el mediano plazo una desmovilización, al menos, de los que siguen en la selva por razones argumentables políticamente. Poner el reloj a correr hacia atrás aceptando la provocación, sería destruir esas condiciones nacientes y demoler aquellas que hicieron posible una década larga de convivencia interestatal pacífica. No puede haber lugar a equívocos en esto: del mismo modo en que el senador colombiano Gustavo Petro, veterano del M-19, reclama desterrar la combinación de formas legales e ilegales de lucha a las fuerzas políticas y sociales dentro de su país, es necesario que los estados sudamericanos descarten de plano otra vía que no sea la resolución pacífica de esta controversia. El otro camino es el inaceptable y suicida que ha tomado Uribe.
por Gabriel Puricelli
Co-coordinador, Programa de Política Internacional, Laboratorio de Políticas Públicas
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