lunes, 15 de noviembre de 2010

Una “interna” no es sólo un nombre propio

De las internas a las primarias
Por Gabriel Puricelli
Revista Caras y Caretas nº 2251
Octubre de 2010

Uno no puede pensar en las “internas” sin reparar en el curioso giro peculiarmente argentino del lenguaje que ha transformado ese adjetivo en un sustantivo. La carga semántica que porta el término, separado tanto en el habla popular como en la jerga política de la noción de “elecciones”, es una (otra) indicación del carácter intensamente litigioso de la convivencia democrática en Argentina. Una “interna” no es sólo un nombre propio, sino un significante que designa conflictos que no necesariamente se saldan al interior (como el significado original implicaba) de una institución o grupo, sino que muchas veces se transforma en la expresión exterior misma de ese grupo. En 27 años de democracia se pasó de hablar de elecciones internas en los partidos políticos a mentar las “internas” en las barras bravas de los clubes de fútbol y hasta en los elencos del teatro de revistas o en los arrabales del “panelismo” post-periodístico televisivo.

El uso vulgar del término ha tenido por consecuencia también disminuir la inteligibilidad de los procesos que designa, es decir, la posibilidad de entender la lógica con que se dan ciertos enfrentamientos. Ello no debería preocupar cuando se trata de litigios del mundo privado que los medios (la televisión sobre todo) intentan volver públicos: la inteligibilidad sería, en estos casos, el refugio último ante la obscenidad y la pretensión totalitaria de esa mirada. Es alarmante, sí, que las disputas que no se entiendan sean las que suceden en el ámbito público por excelencia, que es el de la política. Ello es el efecto combinado de una serie de procesos distintos y concomitantes. Por un lado, la fatiga que provoca en el observador la escenificación mediática de todas las discusiones que dan vida la política con un acento naturalista en sus ribetes formalmente litigiosos. Puede tratarse de la “judicialización” de esas discusiones o de la habitual edición fragmentaria de las mismas. La presentación pública del “debate” se centra casi exclusivamente en el “titular” que facilitan frases efectistas o en la hipérbole que contienen tanto esas mismas frases como los lenguajes corporales de los actores, con el pugilato elevado a momento orgásmico de tal debate.

A pesar de cómo son presentadas en la arena pública, las elecciones internas en los partidos tienen una genealogía noble: junto con la campaña de afiliación masiva iniciada 1982, la compulsa en el seno de los partidos para definir las candidaturas para las elecciones generales de 1983 fue la expresión de la voluntad ciudadana de comprometerse con una práctica que empezaba a desmontar el régimen dictatorial. Como sucedería con total regularidad hasta 2001, la UCR fue el partido en cuyo seno se dio la disputa con mayor orden y mejor acatamiento de los resultados. En el Partido Justicialista, sin embargo, las disputas que deberían normativamente ser internas, nunca han dejado de derramar hacia el exterior de ese movimiento de fronteras móviles. Tras una crisis como la del 2001, en la que toda la sociedad se salió del corsé de las instituciones, la idea de una interna dentro de ámbitos partidarios hechos añicos resultaba impracticable: ergo, tres candidatos peronistas y tres candidatos radicales se enfrentaron directamente en las elecciones generales de mayo de 2003.

La poco ambiciosa reforma política adoptada en 2009 introduce una novedad inspirada en un sistema político muy, pero muy diferente del argentino, como el uruguayo: las primarias abiertas, simultáneas y obligatorias. Si se las incorporó con pretensiones de ordenar un sistema político en flujo, todo parece indicar que se va hacia una decepción: los partidos que “internalizan” sus disputas las aprovecharán y los que las “externalizan” llegarán ya divididos a las mismas y las atravesarán como un trámite. Para las fuerzas emergentes, será una valla más de las que siempre se le ha puesto en nuestro país a la consolidación de partidos fuera de la polaridad radical-peronista. No parecen, en suma, ser el tipo de innovación que reclama la revitalización democrática de nuestro sistema político.

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